lunes, 28 de mayo de 2018

Prodigios de la devoción de las tres Avemarías

LA NIETA QUE SALVÓ A SU ABUELO
En un lugar del Perigord (Francia), ejercía su profesión un médico, a quien nadie hacía referencia
por su propio nombre, sino al que todos llamaban «el buen Doctor»,
Y en verdad merecía este título, porque era realmente bueno con todos, y, sobre todo, con los pobres.
Sin embargo, el doctor no era un hombre religioso. No es que fuese descreído. No llegaba a tanto. Más bien era «indiferente». Así, se daba el caso de que desde la fecha lejana de su matrimonio no se habla preocupado de recibir los sacramentos...
Los muchos años y la excesiva actividad profesional desarrollada postraron al doctor en el lecho, con irreparable agotamiento. Toda esperanza de curación quedaba descartada. ¡Y «el buen Doctor» iba a morir en la impiedad!

Este pensamiento y temor torturaba el corazón de una nieta que le acompañaba en aquella ocasión. La niña era un ángel de dulzura y de piedad. Sentada junto al enfermo, lo entretenía y cuidaba. Y mientras descansaba el anciano, dirigía con lágrimas esta plegaria al cielo:
«Oh, Virgen buena, Vos que sois todo misericordia y todo lo podéis, moved a penitencia el corazón de mi abuelo! No permitáis, santa Madre de Dios, que muera sin auxilios espirituales. En vos, Madre mía, tengo puesta toda mi confianza.» Y tras de esa oración rezaba las tres Avemarias...
Una tarde, con el fin de distraer a su abuelo, la niña empezó a pasar revista al contenido de una gran cartera donde aquél había ido dejando recuerdos de pasados tiempos... Sus ojos se detuvieron en un sobre viejo, y exclamó:
—Una antigua carta, abuelo. ¿De quién será que la has conservado?...
El anciano le respondió:
—Léela y haremos memoria.
Y la joven leyó:
«Mi querido ahijado: ¡Cuánto siento no poder abrazarte antes de que te marches a París!, pero me es imposible ir a verte. Estoy atada a la cama por mi reumatismo. Seguramente no volverás a ver aquí abajo a tu vieja madrina, y por esto te pido escuches mis consejos, que serán los últimos.
«Tú sabes que París ha sido siempre un abismo, y ante ese peligro tiemblo por ti. Sé un hombre fuerte, de buen temple, firme en la fe. Permanece fiel al Dios de tu bautismo, que has de ver en la eternidad.- Yo te pongo bajo la protección de la Santísima Virgen María, y te recomiendo encarecidamente seas constante en la práctica de piedad que desde muy niño tuviste de rezar mañana y noche las tres Avemarias... «Rogará por ti tu madrina, que te estrecha fuertemente sobre su corazón...»
La carta, que tenía fecha de hacía cuarenta y ocho años, produjo una honda emoción al doctor. Rememoró los años despreocupados de su juventud, sus extravíos y ligerezas, su alejamiento de los actos de culto y el abandono de sus devociones. Pensó también en sus tareas profesionales y en su vida familiar y se detuvo recordando a su bondadosa madrina, que murió a los pocos meses de escribir aquella carta. Ella le había enseñado a rezar las tres Avemarias en su infancia...
Sintió el doctor un vivo impulso de gratitud hacia esa mujer buena, cuyos buenos consejos no siguió. Y mirando tiernamente a la nieta, balbuceó:
—¡Por mi madrina!... Dios te salve, María...
Y rezó las tres Avemarias juntamente con la nieta, que, con íntimo gozo, sonreía y lloraba a la vez.
¡Estaba ganado para Dios «el buen Doctor»!...
—Llama al Padre —dijo el enfermo—, porque he de contarle estas cosas.
Acudió el sacerdote diligentemente, y el doctor hizo su confesión con singular fervor,
Al día siguiente empeoró alarmantemente y hubo que administrarle el Santo Viático... Con paso acelerado se aproximaba la muerte.
Cogió «el buen Doctor» con dificultad una mano de su nieta y, haciendo un gran esfuerzo, le dijo:
—Esto se acaba..., reza conmigo las tres Avemarías...
Al terminar la tercera Avemaria expiró dulcemente.



 SACERDOTE

En un país situado detrás del antiguo «telón de acero», en el que en los primeros meses del año 1968 se recrudeció la persecución antirreligiosa, uno de los Obispos allí radicados recibió una misiva comunicándole confidencialmente que se preparaba un atentado contra su vida, por lo cual debía huir sin pérdida de tiempo y ocultarse.
Obedeciendo la consigna recibida, el aludido señor Obispo salió de su residencia vestido de aldeano y huyó campo a traviesa, caminando durante todo un día, alcanzándole la noche divisando una amplia vega.

Aprovechando la oscuridad se aproximó a una casa que vio poco distante y pidió a sus habitantes le permitiesen descansar unas horas sentado en una silla.
Los ocupantes de la casa —un matrimonio con varios hijos pequeños— acogieron la petición de hospedaje del que consideraron labriego viajero, pero no sólo le ofrecieron silla, sino que le hicieron cenar con ellos y luego le acomodaron en una habitación con buena cama.
Durante la cena, como notase el huésped gran preocupación y visible tristeza en el matrimonio, no pudo silenciar su observación y preguntó el motivo de tal inquietud y congoja; informándosele entonces de que el anciano padre de uno de ellos no había podido sentarse a la mesa porque estaba enfermo de mucha gravedad desde hacía unos días, y aunque le insistían cariñosamente para que hiciera conveniente preparación para la muerte, por si el momento de ésta sobreviniera, él les contestaba que todavía no iba a morirse, y, por tanto, no se preparaba...

Hubo unos breves comentarios del caso, pero ninguno se atrevió a hacer mención del aspecto religioso del asunto. Retirados a descansar todos y transcurrida la noche, se dispuso el visitante y huésped a proseguir su camino; y al despedirse y dar gracias a quienes con tanta amabilidad le habían tratado, preguntó si le permitían saludar al viejecito enfermo para comprobar el estado actual de su dolencia, a lo que, gustosamente, se accedió y le acompañaron.

Una vez el labriego junto al anciano, y luego de una corta conversación afectuosa, éste último, adoptando un gesto y tono decidido, dijo: «Mire, usted, yo sé que estoy muy malo y que ya no me restableceré; pero, también sé que por ahora no moriré».
                                                                         

                
Al oírle hablar tan seguro, todos sonrieron al enfermo. Y ante aquellas sonrisas añadió éste: «Se ríen porque he dicho que tengo la seguridad de que no voy a morir por ahora... Pues bien; lo repito. ¿Y sabe usted por qué?... Mire, yo no sé quién es usted, ni cómo piensa, pero como en la situación en que estoy ya no temo a nadie, le voy a decir la verdad: Mi seguridad se apoya en que soy católico; los años de persecución religiosa no me han quitado la fe; y todos los días he rezado, y rezo, las Tres Avemarías, pidiéndole a la Virgen María que a la hora de la muerte esté asistido por un sacerdote que prepare mi alma para el tránsito, y usted comprenderá que habiéndole rogado tantas veces a la Santísima Virgen eso, la Virgen no consentirá que yo muera sin un sacerdote a mi lado; y como no lo tengo, por eso estoy tan seguro de que por ahora no me muero.».

Emocionado el labriego por aquella declaración del ancianito, le tomó la mano y le dijo: «Esa gran fe que ha conservado, y esa súplica diaria a la Madre de Dios rezándole las tres Avemarías, han atraído el favor del Cielo y ha sido la Providencia la que me dirigió hasta aquí... No es un sacerdote lo que la Virgen le manda, sino a su Obispo... Porque yo soy el Obispo de esta Diócesis, que va hacia el exilio.»

La impresión, y al propio tiempo el gozo, del anciano y sus hijos fue enorme. Tan grande, que no sabían cómo expresar su asombro y su reverencia... Seguidamente, el señor Obispo ofició la Santa Misa en la habitación del enfermo, y les dio a todos la comunión; dejando al viejecito espiritualmente dispuesto para emprender su postrer viaje con término en el Cielo... Viaje que tuvo lugar dos días después de aquella Misa exce
pcional.



El pagano que se hizo católico
Conocí en Bengala a un joven y valiente militar indio, al servicio de Inglaterra, como teniente de una compañía de Cipayos. Educado a la inglesa, conservaba, no obstante, algunas prácticas supersticiosas, sin llegar a practicar ninguna religión, aunque conocía y admiraba la Iglesia
Católica, y se iba aficionando a ella como resultado de las conversaciones mantenidas con misioneros y con su jefe, el capitán Carlos Tonnerre, al que profesaba un respeto y cariño extraordinarios.

Este excelente capitán hablaba a veces con el teniente sobre la religión católica. Un día, el Teniente estaba escuchando con apasionado interés y exclamó: «¡Qué feliz si fuese yo también católico». El capitán respondió:
—¡Todo puede ser! Ponte bajo el patrocinio de la Madre de Dios. Y para esto, prométeme rezar todos los días tres Avemarías.

Lo

prometió el teniente. Y todas las noches cumplía el bravo indio su promesa, con exactitud militar. Pasó algún tiempo. Una mañana, a la hora en que diariamente el capitán Tonnerre acudía á la capilla del campamento para ayudarme en la Misa y comulgar, veo que no viene solo, sino esta vez acompañado del teniente indio, que, al acercarse, sin darle tiempo para expresarle mi asombro, se echó a mis pies pidiéndome que le hiciese hijo de María e hijo de la Iglesia Católica.

¿Cómo se había producido este milagro de la gracia? Lo contó él mismo:

«Ayer tarde —dijo—, cuando llegué al Campamentó, después de prolongada marcha, estaba tan rendido y fatigado que me eché a descansar en la litera de campaña vestido como iba, y sin rezar las tres
Avemarias que había prometido y que en todos los días precedentes sí que recé. Quedé dormido profundamente...

Era la media noche cuando me despertó una fuerte sacudida. Me incorporé y encendí la linterna.
Experimentaba la sensación de que no estaba solo. Miré a mi alrededor, pero no vi nada que me llamara la atención.

Y como tenía muchísimo sueño, dejé caer la cabeza sobre la almohada. De pronto me acordé de las tres Avemarias olvidadas. Sentí el descuido, y haciendo un esfuerzo salté de la litera y me puse a
rezarlas. Apenas comenzadas, no pude seguir. Con terror y espanto, mis ojos miraron fijamente a la cama. De debajo de la almohada salía una horrible serpiente con la boca abierta y la lengua saetante...
Por la cresta que la coronaba, conocí que era una «cobra capella», especie de las más venenosas, cuya mordedura es siempre mortal...
El monstruo desenroscaba lentamente sus anillos repugnantes sobre mi cama... Yo, de momento, estaba hipnotizado y quieto por el pasmo. Pero antes de que el reptil se alargara más y me atacase, tomé la espada y, de un golpe, le rompí la cabeza, que ya tenía erguida e intimidaba con su silbido amenazador.

Y viéndome salvo de tan grave peligro comprendí que a la Madre de Dios debía mi salvación, y me postré para rezar las tres Avemarías, y mientras las rezaba tomé la firme resolución de abrazar la religión de Cristo.»

Fue instruido debidamente, y unos meses después en la capilla, adornada de flores, y sin otro testigo que el capitán Carlos Tonnerre, le administré el sacramento del Bautismo, en el que a la pregunta de ritual, «¿cuál es tu nombre?», respondió: «Carlos-María» Se puso de primer nombre Carlos, en agradecemiento a su Capitán, y en segundo lugar María, en honor a la Virgen María.

Testimonio de un misionero jesuíta, que ejercía su ministerio en la India.

El origen español de la Salve

Salve Regina, una de las oraciones fundamentales a Nuestra Señora, es también una de las antífonas más antiguas. Ha sido atribuida a diversos autores, como el prelado gallego San Pedro de Mezonzo obispo de Compostela; Ademar de Monteil, obispo de Le Puy que participó en la Primera Cruzada; el monje alemán Hermann de Reichenau; San Jeroteo, supuesto obispo de Segovia; y San Bernardo, aunque hoy se sabe que éste último se limitó a añadir la parte final (O clemens, O pia, O dulcis Virgo Maria…). Ha habido incluso quien la ha atribuido a los Templarios, quienes sin duda debían de cantarla, ya que era popularísima en otras órdenes, como los dominicos, los franciscanos y los benedictinos.
Ateniéndonos a criterios filológicos, creemos que puede demostrarse el origen español de tan entrañable y popular oración. A nuestro juicio es de San Pedro de Mezonzo. Excluimos a San Jeroteo porque es un personaje legendario. Pero el autor no podía ser ni francés ni alemán. Los españoles son incapaces de pronunciar la llamada ese líquida o ese impura, tan frecuente en otras lenguas. Nos referimos a la s inicial en una palabra que va seguida de otra consonante. Aunque en realidad no es tan difícil de pronunciar y con un poco de práctica se aprende rápido, por la falta de costumbre y por lo impropia que es de nuestro idioma los más suelen añadir una e protética delante cuando tienen que usar un nombre o una palabra extranjeros (pronunciando por ejemplo, Espéin por Spain, estar por star. Esto en lingüística se llama prótesis, porque consiste en añadir un elemento ajeno, como cuando se implanta una prótesis en el cuerpo humano. Así, la palabra latina spes (esperanza) pronunciada cómodamente por un español suena «espes». Tal como está configurada la melodía de la Salve, es imposible pronunciar spes al cantarla; no hay más remedio que decir espes. Yo he intentado pronunciarla bien cuando la canto pero es imposible. Ergo, la Salve es española. Un francés no tiene la menor dificultad para pronunciar palabras de su idioma como slave o spacieux, ni un alemán la tiene para pronunciar vocablos germanos como Stahl o sprechen (que es más difícil todavía, porque la ese líquida la pronuncian sh).
Ahora bien, dado que existen tantas versiones de la Salve hechas por compositores posteriores a la Edad Media, así como innumerables versiones populares (Salve marinera, Salve rociera, etc.), nada impide que Ademaro de Monteil o Hermann el Cojo (como también era llamado) hicieran algún aporte o arreglo que haya llegado hasta nosotros después de confluir con otras versiones, según se cantara en las distintas órdenes monásticas. La Salve es, en realidad, patrimonio de la Cristiandad, independientemente de su origen. Pero eso no quita que sea uno de los muchos aportes de España a la Cristiandad, de los que ya hablaremos en otra ocasión.

 

domingo, 27 de mayo de 2018

27 de Mayo Festividad de la Santísima Trinidad.

 ¿Qué es el misterio de la Santísima Trinidad?

Así respondió el Padre Pío de Pietrelcina a esta pregunta:
"Hija, ¿quién puede comprender y explicar los misterios de Dios? Se llaman misterios precisamente porque no pueden ser comprendidos por nuestra pequeña inteligencia. Podemos formarnos alguna idea con ejemplos. ¿Has visto alguna vez preparar la masa para hacer el pan? ¿qué hace el panadero? Toma la harina, la levadura y el agua. Son tres elementos distintos: la harina no es la levadura ni el agua; la levadura no es la harina ni el agua y el agua no es la harina ni la levadura. Se mezclan los tres elementos y se forma una sola sustancia. Por lo tanto, tres elementos distintos forman unidos una sola sustancia. Con esta masa se hacen tres panes que tienen la misma sustancia pero distintos en la forma el uno del otro. Eso es, tres panes distintos el uno del otro pero una única sustancia.
Así se dice de Dios: Él es uno en la naturaleza, Trino en las personas iguales y distintas la una de la otra. El Padre no es el Hijo ni el Espíritu Santo; el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo. Son tres personas iguales pero distintas. Sin embargo, son un solo Dios porque única e idéntica es la naturaleza de Dios".

Palabras del Papa Francisco sobre la Santísima Trinidad

La Trinidad es el fin último hacia el cual está orientada nuestra peregrinación terrenal. El camino de la vida cristiana es, en efecto, un camino esencialmente ‘trinitario’: el Espíritu Santo nos guía al conocimiento pleno de las enseñanzas de Cristo. Y también nos recuerda lo que Jesús nos ha enseñado. Su Evangelio; y Jesús, a su vez, ha venido al mundo para hacernos conocer al Padre, para guiarnos hacia Él, para reconciliarnos con Él. Todo, en la vida cristiana, gira alrededor del misterio trinitario y se cumple en orden a este misterio infinito. Intentemos pues, mantener siempre elevado el ‘tono’ de nuestra vida, recordándonos para qué fin, para cuál gloria nosotros existimos, trabajamos, luchamos, sufrimos. Y a cuál inmenso premio estamos llamados.
Este misterio abraza toda nuestra vida y todo nuestro ser cristiano. Lo recordamos, por ejemplo, cada vez que hacemos la señal de la cruz: en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Y ahora los invito a hacer todos juntos – y con voz fuerte - la señal de la cruz ¡todos juntos! En nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Oración a la Santísima Trinidad

Te adoro, Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres personas y un sólo Dios. Me postro en el abismo de mi nada ante Tu divina majestad.
Creo firmemente y estoy dispuesto a dar la vida en testimonio de todo lo que nos ha revelado en la Sagrada Escritura y de los misterios que por medio de tu Iglesia nos has manifestado.
En Ti deposito mi confianza; y de tu mano, Dios mío, vida única, esperanza mía, deseo, espero y quiero recibir todos los bienes, espirituales o corporales, que pueda alcanzar en esta vida o en la otra. Desde hoy y para siempre te consagro mi cuerpo y mi alma, todas mis potencias, la memoria, el entendimiento, la voluntad y todos mis sentidos.
Te prometo no consentir jamás, en cuanto esté de mi parte, en que se infiera la más mínima ofensa a tu divina majestad.
Propongo firmemente dedicar toda mi existencia, mis facultades y energías, a tu servicio y gloria.
Estoy dispuesto a sobrellevar ludas las adversidades que tu mano paternal quiera imponerme para dar gusto a tu corazón.
Quisiera esforzarme con todo mi ser, para que todos sirvan, glorifiquen y amen a Dios su Creador.
Me gozo intensamente de tu eterna felicidad, y me siento jubiloso por tu gran gloria en el cielo y en la tierra.
Te doy infinitas gracias por los innumerables beneficios concedidos, a mi y al mundo entero, y por los que continuamente, día tras día, concede tu benigna providencia.
Amo tu infinita bondad por sí misma con todo el afecto de mi corazón y de mi alma: y desearía, si me fuera posible, amarte como te aman los ángeles y los justos, con cuyo amor uno el mío.
A Tu divina majestad, en unión de los méritos de la pasión, vida y muerte de Cristo, de la bienaventurada siempre Virgen y de todos los santos, ofrezco desde ahora para siempre todas mis obras, purificadas por la preciosísima sangre de nuestro Redentor Jesús.
Quiero participar, en lo posible, de las indulgencias obtenidas por medio de las oraciones y obras, y deseo aplicarlas como sufragio por las almas del purgatorio.
Quiero también ofrecer, en la medida de mis fuerzas satisfacción y penitencia por todos mis pecados.
Dios mío, siendo tú infinitamente digno de todo amor y servicio, por ser quien eres: me arrepiento de todo corazón de mis pecados, y los detesto más que todos los males, puesto que tanto te desagradan a ti. Dios mío, a quien amo sobre todas las cosas: te pido humildemente perdón, y hago firme propósito de nunca ofender a tu divina bondad.


Trisagio a la Santísima Trinidad

Ofrecimiento: Os rogamos, Señor, por la Santa Iglesia y Prelados de ella, por la exaltación de la fe católica, extirpación de las herejías, paz y concordia entre las naciones, conversión de todos los infieles, herejes y pecadores; por los agonizantes y por los caminantes; por las benditas almas del purgatorio y demás piadosos fines de nuestra Santa Madre la Iglesia. Amén.

V. Señor abre mis labios.

R. Y mi boca proclamará tu alabanza.

V. Dios mío, ven en mi auxilio.

R. Señor, date prisa en socorrerme.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

R. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Dios, Uno en Esencia y Trino en personas: aquí tienes una de tus humildes criaturas que reconoce en sí la venerable imagen de Tu Trinidad Santa. Confieso que no he cumplido con las obligaciones a que me empeña el honor de esta divina semejanza. He pecado, Dios mío; pero nunca negué, sino he creído constantemente en el Padre, en el Hijo, y en el Espíritu Santo: que el Padre no tiene principio alguno; que el Hijo es producido por el Padre, a quien es consustancial, y que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo; de cuyo amor recíproco es término también consustancial a ambos. Que el Padre no es primero que el Hijo, ni los dos primeros que el Espíritu Santo. Adoro al Padre como Dios, al Hijo como Dios y al Espíritu Santo como Dios; y con todo, en los tres sólo creo y adoro un solo Dios. Yo no entiendo, Señor, este misterio; pero cautivo mi entendimiento en obsequio de la fe, para mayor gloria tuya y mérito mío. Ofrezco estos profundos sentimientos de religión, de reverencia y amor, como unos votos gratos a tu santidad, para que por ellos perdones tantas ofensas cometidas por mí, contra tu Majestad increada. A ti suspira la trinidad miserable de mis potencias: mi memoria enferma de fragilidad, mi entendimiento lleno de ignorancia, mi voluntad contagiada de inclinación al mal. Sánala, santifícala y concédeme tu gracia para que jamás falte a los propósitos que te has dignado inspirarme.

Yo prometo de todo corazón, dedicarme desde hoy en adelante, a vivir cristianamente, ayudado de tu santa gracia y a invocar el Misterio de tu Augusta Trinidad en quien espero encontrar misericordia, piedad y ayuda para siempre. Amén.

V. Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal.

R. Ten misericordia de nosotros.

Con los Serafines


Se reza un Padrenuestro y un Gloria al Padre y en seguida se dice la siguiente invocación nueve veces:

V. Santo, Santo, Santo, Señor Dios de los ejércitos.

R. Llenos están los cielos y la tierra de tu gloria.

Luego se añade:

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

R. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

V. Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal.

R. Ten misericordia de nosotros.



Con los Querubines

Se reza, un Padrenuestro y un Gloria al Padre y en seguida se dice la siguiente invocación nueve veces:

V. Santo, Santo, Santo. Señor Dios de los ejércitos.

R. Llenos están los cielos y la tierra de tu gloria.

Luego se añade:

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

R. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

V. Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal.

R. Ten misericordia de nosotros.



Con los Tronos:

Se reza un Padrenuestro y un Gloria al Padre y en seguida se dice la siguiente invocación nueve veces:

V. Santo, Santo, Santo, Señor Dios de los ejércitos.

R. Llenos están los cielos y la tierra de tu gloria.

Luego se añade:

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

R. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

V. Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal

R. Ten misericordia de nosotros.



Oración a Dios Padre

Omnipotente y Sempiterno Dios Padre, que con tu Unigénito Hijo y con el Espíritu Santo eres un solo Dios, Uno en la Esencia y Trino en las personas. Yo te adoro, venero y bendigo con las tres angélicas Jerarquías; y con los tres Coros de la primera: amantes Serafines, sabios Querubines y excelsos Tronos, te aclamo Santo, Santo, Santo, poderoso y eterno Padre del Verbo Divino, principio del Espíritu Santo, Señor de los cielos y tierra, a quien sea gloria por los siglos de los siglos. Amén.



Con las Dominaciones

Se reza un Padrenuestro y un Gloria al Padre y en seguida se dice la siguiente invocación nueve veces:

V. Santo, Santo, Santo, Señor Dios de los ejércitos.

R. Llenos están los cielos y la tierra de tu gloria.

Luego se añade:

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

R. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

V. Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal.

R. Ten misericordia de nosotros.



Con las Virtudes

Se reza un Padrenuestro y un Gloria al Padre y en seguida se dice la siguiente invocación nueve veces:

V. Santo, Santo, Santo, Señor Dios de los ejércitos.

R. Llenos están los cielos y la tierra de tu gloria.


Luego se añade:

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

R. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

V. Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal.

R. Ten misericordia de nosotros.


Con las Potestades

Se reza un Padrenuestro y un Gloria al Padre y en seguida se dice la siguiente invocación nueve veces:

V. Santo, Santo, Santo, Señor de los ejércitos.

R. Llenos están los cielos y la tierra de tu gloria.


Luego se añade:

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

R. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

V. Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal.

R. Ten misericordia de nosotros.


Oración a Dios Hijo

Sabio y soberano Dios Hijo hecho Hombre por nosotros, que con tu Eterno Padre y Divino Espíritu eres un solo Dios, Uno en Esencia y Trino en las personas. Yo te venero, bendigo y adoro con las tres Jerarquías de los Ángeles; y con los Coros de la segunda: Dominaciones, Virtudes y Potestades, te aclamo Santo, Santo. Santo, omnipotente, Verbo Divino y Unigénito Hijo de Dios, principio del Espíritu Santo, Señor de los cielos y tierra, a quien sea gloria por los siglos de los siglos. Amén.


Con los Principados

Se reza un Padrenuestro y un Gloria al Padre y en seguida se dice la siguiente invocación nueve veces:

V. Santo, Santo, Santo, Señor de los ejércitos.

R. Llenos están los cielos y la tierra de tu gloria.


Luego se añade:

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

R. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

V. Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal.

R. Ten misericordia de nosotros.


Con los Arcángeles

Se reza un Padrenuestro y un Gloria al Padre y en seguida se dice la siguiente invocación nueve veces:

V. Santo, Santo, Santo, Señor de los ejércitos.

R. Llenos están los cielos y la tierra de tu gloria.


Luego se añade:

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

R. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

V. Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal.

R. Ten misericordia de nosotros.

Con los Ángeles

Se reza un Padrenuestro y un Gloria al Padre y en seguida se dice la siguiente invocación nueve veces:

V. Santo, Santo, Santo, Señor de los ejércitos.

R. Llenos están los cielos y la tierra de tu gloria.


Luego se añade:

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

R. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

V. Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal.

R. Ten misericordia de nosotros.

Oración a Dios Espíritu Santo

Amante Dios, Espíritu Santo, Amor Divino, que con el Eterno Padre y su Unigénito Hijo eres un solo Dios, Uno en la Esencia y Trino en las personas. Yo te bendigo, adoro y venero con las Jerarquías angélicas; y con los tres Coros de la tercera: Principados, Arcángeles y Ángeles, te aclamo Santo, Santo, Santo, Divino Amor y suavísima unión del Eterno Padre y del Hijo, procediendo en amor de uno y otro, Señor de los cielos y tierra, a quien sea gloria por los siglos de los siglos. Amén.


Antífona

Tres son los que dan testimonio en el cielo, el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo, y estos tres son una misma cosa.

V. Bendigamos al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo.

R. Alabémosle y ensalcémosle por todos los siglos.


Oración

Altísimo e incomprensible Dios, que dentro del Santuario de tu divina naturaleza, donde nadie entra, tienes encerrado el Misterio de tu Trinidad Santa, a quien no se puede correr el velo para verla de lleno, sino que todas las creaturas debemos adorarla profundamente desde fuera: dígnate recibir nuestros humildes votos, deprecaciones y alabanzas, que presentamos reverentemente al pie del trono de tu inefable Majestad, por los merecimientos de nuestro Señor Jesucristo, que contigo vive y reina en unidad del Espíritu Santo y es Dios por todos los siglos de los siglos. Amén.


Gozos

A Dios Trino y Uno

¡Oh Señor Dios! En dulce canto

Te alaban los Querubines

Y Ángeles y Serafines

Dicen Santo, Santo, Santo.

Eterna y pura Deidad

De incomparable excelencia, Que en la Unidad de tu esencia

Encierras la Trinidad:

De nuestra fe la humildad

Te adoro en sencillo canto.

Ángeles, etc.

Tu piedad y tu ternura

Van diciendo las edades,

Y en el mar de sus bondades

Se pierde toda criatura

Tú disipas la amargura.

Y enjugas el triste llanto.

Ángeles, etc.

Tú del hombre delincuente

Tiernos suspiros recoges,

Y sus plegarias acoges

Porque eres Padre clemente

¿Quién, amándote, no siente

Trocarse en dicha el quebranto?

Ángeles, etc.

Nuestros padres celebraron

Con sus cánticos de gloria

De tus prodigios la historia,

Que gozosos admiraron.

La fe, Señor, nos legaron,

Que es nuestro escudo y encanto.

Ángeles, etc.

Cuando tu justa venganza

Con plagas al hombre aterra,

Y hace estremecer la tierra,

Y airada sus rayos lanza;

La luz de nuestra esperanza

En tu nombre sacrosanto.

Ángeles, etc.

Tus excelsas bendiciones

Derrama pródigo y tierno,

Y a tus hijos ¡Dios eterno!

Coima de inefables dones.

Tanto bien, prodigio tanto.

Ángeles, etc

¡Quién del amante Isaías

Ardiera en el sacro fuego.

Para alzar su humildad ruego

¡ En divinas melodías!

Supla a nuestras voces frías

La tierra, el mar: entre tanto.

Ángeles, etc.

Por el misterio que adora,

¡Oh Dios! Tu escogida grey,

Siga tu divina ley,

Y de la muerte en la hora,

Con su sombra bienhechora

Nos cubra tu regio manto.

Ángeles, etc.

¡ Señor Dios! En dulce canto

Te alaban los Querubines,

Y Ángeles y Serafines

Dicen Santo, Santo, Santo.

Antífona

Bendita seas, Santa Trinidad y Unidad indivisible de nuestro Dios: nosotros confesamos este Misterio Augusto de tu Ser, con cuanta reverencia podemos, porque no cesas de ejercitar en nosotros tu misericordia.

V. Bendito eres, Señor, en el firmamento del cielo.

R. Y llena está de tu gloria toda la tierra.

Oración
Omnipotente y sempiterno Dios, que has concedido a tus siervos la gracia de conocer en la confesión de la verdadera fe la gloria de la eterna Trinidad de tus personas, y de adorar en el poder de la Majestad la Unidad de tu incomprensible naturaleza, nosotros te suplicamos, que por la firmeza de esta misma fe, seamos libres de todo género de adversidades. Por nuestro Señor Jesucristo, que contigo vive y reina en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por todos los siglos de los siglos. Amén.

http://webcatolicodejavier.org/trinidad.html

sábado, 26 de mayo de 2018

El Papa y el mendigo

 El Papa y el mendigo

Un sacerdote norteamericano de la diócesis de Nueva York se disponía a rezar en una de las parroquias de Roma cuando, al entrar, se encontró con un mendigo. Después de observarlo durante un momento, el sacerdote se dio cuenta de que conocía a aquel hombre. ¡Era un compañero del seminario, ordenado sacerdote el mismo día que él¡. Ahora mendigaba por las calles.
El sacerdote, tras identificarse y saludarle, escuchó de labios del mendigo cómo había perdido su fe y su vocación. Quedó profundamente estremecido.
Al día siguiente el sacerdote llegado de Nueva York tenía la oportunidad de asistir a la Misa privada del Papa al que podría saludar al final de la celebración, como suele ser la costumbre. Al llegar su turno sintió el impulso de arrodillarse ante el santo Padre y pedir que rezara por su antiguo compañero de seminario, y describió brevemente la situación al Papa.
Un día después recibió la invitación del Vaticano para cenar con el Papa, en la que solicitaba llevara consigo al mendigo de la parroquia. El sacerdote volvió a la parroquia y le comentó a su amigo el deseo del Papa. Una vez convencido el mendigo, le llevó a su lugar de hospedaje, le ofreció ropa y la oportunidad de asearse.
El Pontífice, después de la cena, indicó al sacerdote de Nueva York que los dejara solos, y pidió al mendigo que escuchara su confesión. El hombre, impresionado, respondió que ya no era sacerdote, a lo que el Papa contestó: "una vez sacerdote, sacerdote siempre". "Pero estoy fuera de mis facultades de presbítero", insistió el mendigo. "Yo soy el obispo de Roma, me puedo encargar de eso", dijo el Papa.
El hombre escuchó la confesión del Santo Padre y le pidió a su vez que escuchara su propia confesión. Después de ella lloró amargamente. Al final Juan Pablo II le preguntó en qué parroquia había estado mendigando, y le designó asistente del párroco de la misma, y encargado de la atención a los mendigos.

Solo te hace falta un ingrediente, Confiar...!!!


Un milagro poco conocido de San Juan Bosco y María Auxiliadora.

La presencia de Don Bosco en la ciudad italiana de Génova está ligada a muchas anécdotas, historias y también algunos milagros como el que relata el sacerdote salesiano P. Mauricio Verlezza.
El P. Verlezza, responsable de la Obra de Don Bosco en Sampierdarena (Génova), desde donde salieron las primeras expediciones misioneras hacia Argentina, contó a ACI Prensa que el santo sacerdote celebró una Misa en 1872 en la que participaba una gran cantidad de benefactores.  
Al final, y luego de escuchar su catequesis, todos pasaron por la sacristía de la Catedral de San Siro para recibir la bendición del fundador de los salesianos. A cada uno le obsequiaba una medallita de María Auxiliadora.
“Las medallitas que tenía en una pequeña bolsa eran muy pocas y el milagro fue que todos pudieron recibirla, pese a que la bolsita que el secretario le dio a Don Bosco realmente tenía poquísimas”.
Aquí, explicó también el sacerdote, “San Juan Bosco miraba sus sueños misioneros con un mapamundi que se conserva en el pequeño cuarto en el que reposaba durante su permanencia en Sampierdarena”.
“Uno solo es mi deseo: que sean felices en el tiempo y en la eternidad”, dejó escrito a sus jóvenes Don Bosco, que San Juan Pablo II declaró “padre y maestro de la juventud”.
San Juan Bosco partió a la Casa del Padre un 31 de enero de 1888, después de haber hecho vida aquella frase que le dijo a su alumno Santo Domingo Savio: “aquí hacemos consistir la santidad en estar siempre alegres”.
Traducido y adaptado por Walter Sánchez Silva.

viernes, 25 de mayo de 2018

San José

"Si no puedes rezar, encomiéndate a san José"
(Santa Bernadette)

Superando las advesidades

Se cuenta de cierto campesino que tenía una mula ya vieja. En un lamentable descuido, la mula cayó e
n un pozo que había en la finca. El campesino oyó los bramidos del animal, y corrió para ver lo que ocurría. Le dio pena ver a su fiel servidora en esa condición, pero después de analizar cuidadosamente la situación, creyó que no había modo de salvar al pobre animal, y que más valía sepultarla en el mismo pozo.
El campesino llamó a sus vecinos y les contó lo que estaba ocurriendo y les pidió que le ayudaran a enterrar la mula en el pozo para que no continuara sufriendo.
Al principio, la mula se puso histérica. Pero a medida que el campesino y sus vecinos continuaban paleando tierra sobre sus lomos, una idea vino a su mente. A la mula se le ocurrió que cada vez que una pala de tierra cayera sobre sus lomos.... ¡Ella debía sacudirse y subir sobre la tierra! Esto hizo la mula palazo tras palazo. "Sacúdete y sube. Sacúdete y sube.", repetía la mula para alentarse a sí misma.
No importaba cuan dolorosos fueran los golpes de la tierra y las piedras sobre su lomo, o lo tormentoso de la situación, la mula luchó contra el pánico, y continuó sacudiéndose y subiendo. A sus pies se fue elevando de nivel el terreno. Los hombres, sorprendidos, captaron la estrategia de la mula y eso les alentó a continuar echando tierra. Poco a poco, se pudo llegar hasta el punto en que la mula, cansada y abatida, pudo salir de un brinco de las paredes de aquel pozo. La tierra que parecía que la enterraría, se convirtió en su bendición, todo por la manera en la que ella se enfrentó a la adversidad.
¡Así es la vida! Si nos enfrentamos a nuestros problemas y respondemos positivamente, y rehusamos dar lugar al pánico, a la amargura y a las lamentaciones de nuestra baja autoestima, las adversidades, que vienen a nuestra vida a tratar de enterrarnos, nos darán el potencial para poder salir beneficiados y bendecidos, con la ayuda de Dios! 

Web católico de Javier