viernes, 14 de enero de 2011

EL PECADO -San Isidoro-

1. Por dos causas se comete el pecado; a saber: ya por el ímpetu de la concupiscencia, ya por el miedo al mal que se teme; en cuanto que uno ora quiere conseguir el bien que desea, ora teme incurrir en el mal que lo asustó. 

2. De cuatro modos se comete el pecado en el corazón y de cuatro se consuma de obra. En el corazón: por sugestión demoníaca, por deleite carnal, por consentimiento de la voluntad, por justificación de la soberbia. De obra: ora a escondidas, ora en público; ora por costumbre, ora por desesperanza. Así, pues, por estos procedimientos se comete el pecado en el corazón y se consuma de obra la maldad.
 


3. El pecado se realiza motivado por tres razones; esto es: la ignorancia, la debilidad y la malicia, pero con riesgo diverso en la culpabilidad. En efecto, por causa de la ignorancia pecó Eva en el paraíso, como dice el apóstol: “El varón no fue engañado, sino la mujer, que, una vez seducida, incurrió en la transgresión” (1Tim 2,14). Luego Eva pecó por ignorancia, mas Adán voluntariamente, porque no fue engañado, sino que pecó con propósito deliberado y consciente. En cambio, el que es seducido evidentemente desconoce aquello en que consiente. Pedro, por su parte, pecó por debilidad, cuando, por miedo a la muchacha que le preguntaba, negó a Cristo; de ahí que, tras cometer el pecado, lo lloró con gran amargura (Cf. Mt 26,75).
 

4. Es más grave que uno peque por debilidad que por ignorancia, y más grave pecar con intención que por debilidad. Porque peca de intento quien con afecto y deliberación del ánimo obra el mal, mas por debilidad quien peca fortuita e irreflexivamente. Pero pecan intencionadamente con mayor perversidad los que no solo viven en el vicio, sino que además apartan del camino de la verdad, si pueden, a los que viven con rectitud.
 

5. Porque los hay que pecan por ignorancia y los hay que a sabiendas. Los hay también que, bajo pretexto de ignorancia, no quieren enterarse, para que se les considere menos culpables; pero estos no se justifican a sí mismos, sino que se extravían aún más.
 

6. El simple desconocer es propio de la ignorancia; pero el no haber querido enterarse, de obstinada soberbia. En efecto, querer ignorar la voluntad del propio señor, ¿qué otra cosa significa sino querer menospreciar al señor a impulso de la soberbia? Por tanto, que nadie se excuse por ignorancia, porque Dios no solo condena a los que se apartan de su pensamiento, sino también a aquellos que lo ignoraron, según lo atestigua el mismo Señor por boca del profeta. “Exterminaré –dice- a los hombres de sobre la faz de la tierra... y a los que se apartan del Señor dándole la espalda, y a los que no lo buscaron ni trataron de conocerlo” (Sof 1,3.6). Y el Salmo añade: “Derrama tu ira sobre los pueblos que no te conocieron” (65,25).



(San Isidoro, Sentencias, II, c. 17)

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