miércoles, 30 de marzo de 2011

LA CUARESMA, UN NO! A NOSOTROS Y UN SÍ! A DIOS.

Moisés condujo a los hebreos desde la esclavitud de Egipto hacia la libertad de la Tierra Prometida. Durante 40 años, erraron por el desierto. La temporada de Cuaresma dura sólo 40 días simbólicos, pero, si vivimos su espíritu con provecho, debe significar un Éxodo también para nosotros, pues la Cuaresma nos desafía a salir de nosotros mismos para que podamos abrirnos —con un confiado abandono— al abrazo misericordioso de nuestro Padre amoroso y compasivo.

Al mismo tiempo, la observancia provechosa de la Cuaresma nos ayudará a abrirnos a otros en sus necesidades, de modo que, habiendo experimentado la misericordia de Dios, aprendamos cómo ser misericordiosos. La Cuaresma, por lo tanto, es un llamado para que aquellos de nosotros que nos hemos centrado excesivamente en nosotros mismos, que nos hemos vuelto demasiado conscientes de nosotros mismos, nos centremos más en Cristo y nos volvamos más conscientes de Cristo.

Nuestra jornada cuaresmal es también una conmemoración de nuestro bautismo. El bautismo, es un “paso” o sea “pascua” de la muerte hacia la vida, de la esclavitud hacia la libertad, del “Egipto” de este mundo hacia la Tierra Prometida del reino de Dios. Haber querido ser bautizado fue haber querido ser santo. Por esta razón, en el Domingo de Pascua todos seremos llamados a renovar nuestras promesas bautismales. Renovar nuestras promesas bautismales, por lo tanto, significa volver a comprometernos con esa búsqueda de la santidad que debe ser lo que nuestra vida en Cristo signifique para nosotros como cristianos, como católicos. Si buscamos la santidad, como el Papa Juan Pablo II nos recordó, entoncessería un contrasentido contentarse con una vida mediocre, vivida según una ética minimalista y una religiosidad superficial. Con ese fin, la Iglesia nos propone algunas tareas específicas durante estos 40 días: orar, ayunar y dar limosnas. Yo diría que estas tres tareas son como las patas de un trípode: nuestra observancia de la Cuaresma debe apoyarse en las tres patas. Mediante la oración, el ayuno y las limosnas, debemos trabajar para resolver “aquellos contrasentidos” de nuestra vida que nos apartan de la búsqueda de la santidad.

Tenemos que orar —pues toda relación sólo puede crecer mediante la comunicación. Nuestra amistad con Dios se enfriará si no Le hablamos en ese diálogo que es la oración. 
Tenemos que ayunar —pues antes de que podamos decirle “sí” a cualquier cosa o a cualquier persona, tenemos que ser capaces de decirnos “no” a nosotros mismos; de otro modo, nuestros apetitos derrotarán a todas nuestras buenas intenciones.
Y tenemos que dar limosnas, incluso cuando —y quizás especialmente cuando— los pronósticos económicos sigan siendo un poco sombríos. Dar limosnas es una manera específica de ayudar a los necesitados, a aquellos que han sido más afectados que nosotros por los reveses económicos. Es también una forma de abnegación que nos libera de nuestro apego a los bienes terrenales. Después de todo, no somos los dueños, sino los administradores de todos los bienes que poseemos.

La campaña ABCD, que da apoyo a las obras corporales y espirituales de misericordia en nuestra Arquidiócesis, es una de las maneras en que podemos distribuir nuestras limosnas. Apoyar la campaña ABCD puede ser una forma eficaz de dar limosnas durante la Cuaresma, y a lo largo del año.

Decirnos “no” a nosotros mismos mediante algún tipo de ayuno y de limosnas durante la Cuaresma, decir “no” al hábito de pecar mediante la confesión durante esta Cuaresma, no es sino ayudarnos nosotros mismos a decirle “sí” a Dios, “sí” a su misericordia y su compasión, “sí” a Su plan para nuestras vidas —que consiste en liberarnos de la esclavitud del pecado para que recibamos la promesa de la nueva vida de la gracia.

Durante el Éxodo de esta Cuaresma, miremos fijamente la imagen de Cristo traspasado en la cruz por nuestros pecados. Es desde la cruz, al dar su “sí” al Padre, Jesús nos revela en toda su plenitud el poder de la misericordia y el amor de nuestro Padre celestial. Su cruz sigue siendo el único medio para que hagamos ese “paso” hacia el misterio de Su misericordia y de Su amor —pues sólo a través de Él, con Él y en Él, gracias al agua y la sangre que se derramaron de su costado, nos reconciliamos con el Padre y alcanzamos el perdón de nuestros pecado



+Thomas Wenski
ARZOBISPO  ARQUIDIOCESIS DE MIAMI FLORIDA U.S.A. 

EL SECRETO DE LA CUARESMA.

-EL SECETO DE LA CUARESMA-
-=La oración llama, el ayuno intercede, la misericordia recibe=-
Tres son, hermanos, los resortes que hacen que la fe se mantenga firme, la devoción sea constante, y la virtud permanente. Estos tres resortes son: la oración, el ayuno y la misericordia. Porque la oración llama, el ayuno intercede, la misericordia recibe. Oración, misericordia y ayuno constituyen una sola y única cosa, y se vitalizan recíprocamente.

El ayuno, en efecto, es el alma de la oración, y la misericordia es la vida del ayuno. Que nadie trate de dividirlos, pues no pueden separarse. Quien posee uno solo de los tres, si al mismo tiempo no posee los otros, no posee ninguno. Por tanto, quien ora, que ayune; quien ayuna, que se compadezca; que preste oídos a quien le suplica aquel que, al suplicar, desea que se le oiga, pues Dios presta oído a quien no cierra los suyos al que le súplica.
Que el que ayuna entienda bien lo que es el ayuno; que preste atención al hambriento quien quiere que Dios preste atención a su hambre; que se compadezca quien espera misericordia; que tenga piedad quien la busca; que responda quien desea que Dios le responda a é1. Es un indigno suplicante quien pide para si lo que niega a otro.
Díctate a ti mismo la norma de la misericordia, de acuerdo con la manera, la cantidad y la rapidez con que quieres que tengan misericordia contigo. Compadécete tan pronto como quisieras que los otros se compadezcan de ti.
En consecuencia, la oración, la misericordia y el ayuno deben ser como un único intercesor en favor nuestro ante Dios, una única llamada, una única y triple petición.
Recobremos con ayunos lo que perdimos por el desprecio; inmolemos nuestras almas con ayunos, porque no hay nada mejor que podamos ofrecer a Dios, de acuerdo con lo que el profeta dice: Mi sacrificio es un espíritu quebrantado: un corazón quebrantado y humillado tú no lo desprecias. Hombre, ofrece a Dios tu alma, y ofrece la oblación del ayuno, para que sea una hostia pura, un sacrificio santo, una víctima viviente, provechosa para ti y acepta a Dios. Quien no dé esto a Dios no tendrá excusa, porque no hay nadie que no se posea a si mismo para darse.
Mas, para que estas ofrendas sean aceptadas, tiene que venir después la misericordia; el ayuno no germina si la misericordia no lo riega, el ayuno se torna infructuoso si la misericordia no lo fecundiza: lo que es la lluvia para la tierra, eso mismo es la misericordia para el ayuno. Por más que perfeccione su corazón, purifique su carne, desarraigue los vicios y siembre las virtudes, como no produzca caudales de misericordia, el que ayuna no cosechará fruto alguno.
Tú que ayunas, piensa que tu campo queda en ayunas si ayuna tu misericordia; lo que siembras en misericordia, eso mismo rebosará en tu granero. Para que no pierdas a fuerza de guardar, recoge a fuerza de repartir; al dar al pobre, te haces limosna a ti mismo: porque lo que dejes de dar a otro no lo tendrás tampoco para ti.

De los sermones de San Pedro Crisólogo, obispo y Padre de la Iglesia.
(Sermón 43: PL 
52, 320. 322)
-Del Oficio de Lectura, Martes III de Cuaresma.

SAN FRANCISCO Y La HERMANA ENFERMEDAD.

Se hallaba San Francisco gravemente enfermo de los ojos, y messer Hugolino, cardenal protector de la Orden, por el tierno amor que le profesaba, le escribió que fuera a encontrarse con él en Rieti, donde había muy buenos médicos de los ojos (1). San Francisco, recibida la carta del cardenal, fue primero a San Damián, donde estaba Santa Clara, esposa devotísima de Cristo, con el fin de darle alguna consolación y luego proseguir a donde el cardenal lo llamaba. Pero, estando aquí, a la noche siguiente empeoró de tal manera su mal de ojos, que no soportaba la luz. Como por esta razón no podía partir, le hizo Santa Clara una celdita de cañizos para que pudiera reposar. Pero San Francisco, entre el dolor de la enfermedad y por la multitud de ratones, que le daban grandísima molestia, no hallaba modo de reposar ni de día ni de noche.
Y como se prolongase por muchos días aquel dolor y aquella tribulación, comenzó a pensar y a reconocer que todo era castigo de Dios por sus pecados; se puso a dar gracias a Dios con todo el corazón y con la boca, y gritaba en alta voz:
-- Señor mío, yo me merezco todo esto y mucho más. Señor mío Jesucristo, pastor bueno, que te sirves de las penas y aflicciones corporales para comunicar tu misericordia a nosotros pecadores, concédeme a mí, tu ovejita, gracia y fortaleza para que ninguna enfermedad, ni aflicción, ni dolor me aparte de ti.
Hecha esta oración, oyó una voz del cielo que le decía:
-- Francisco, respóndeme: si toda la tierra fuese oro, y todos los mares, ríos y fuentes fuesen bálsamo, y todos los montes, colinas y rocas fuesen piedras preciosas, y tú hallases otro tesoro más noble aún que estas cosas, cuanto aventaja el oro a la tierra, el bálsamo al agua, las piedras preciosas a los montes y las rocas, y te fuese dado, por esta enfermedad, ese tesoro más noble, ¿no deberías mostrarte bien contento y alegre?
Respondió San Francisco:
-- ¡Señor, yo no merezco un tesoro tan precioso!
Y la voz de Dios prosiguió:
-- ¡Regocíjate, Francisco, porque ése es el tesoro de la vida eterna que yo te tengo preparado, y cuya posesión te entrego ya desde ahora; y esta enfermedad y aflicción es prenda de ese tesoro bienaventurado! (2).
Entonces, San Francisco llamó al compañero, con grandísima alegría por una promesa tan gloriosa, y le dijo:
-- ¡Vamos donde el cardenal!
Y, consolando antes a Santa Clara con santas palabras y despidiéndose de ella, tomó el camino de Rieti. Le salió al encuentro tal muchedumbre de gente cuando se acercaba, que no quiso entrar en la ciudad, sino que se dirigió a una iglesia distante de ella unas dos millas.
Al enterarse los habitantes de que se hallaba en aquella iglesia, acudieron en tropel a verlo, de forma que la viña de la iglesia quedó totalmente talada y la uva desapareció. El capellán tuvo con ello un gran disgusto y estaba pesaroso de haber dado hospedaje a San Francisco. Supo San Francisco, por revelación divina, el pensamiento del sacerdote; lo hizo llamar y le dijo:
-- Padre amadísimo, ¿cuántas cargas de vino te suele dar esta viña en los años mejores?
-- Doce cargas -respondió él.
-- Te ruego, padre -le dijo San Francisco-, que lleves con paciencia mi permanencia aquí por algunos días, ya que me siento muy aliviado, y deja, por amor de Dios y de este pobrecillo, que cada uno tome uvas de esta tu viña; que yo te prometo, de parte de nuestro Señor Jesucristo, que te ha de dar este año veinte cargas.
Esto lo hacía San Francisco para seguir allí, por el gran fruto espiritual que se producía palpablemente en la gente que acudía; muchos se iban embriagados del amor divino y decididos a abandonar el mundo.
El sacerdote se fió de la promesa de San Francisco, y dejó libremente la viña a merced de cuantos iban a verlo. ¡Cosa admirable! La viña quedó arrasada del todo y despojada, sin que quedara más que algún que otro racimo. Llegó el tiempo de la vendimia; el sacerdote recogió aquellos racimos, los echó en el lagar y los pisó, obtuvo veinte cargas de excelente vino, como se lo había profetizado San Francisco (3).
Este milagro dio claramente a entender que así como, por los méritos de San Francisco, produjo tal abundancia de vino aquella viña despojada de uva, así el pueblo cristiano, estéril de virtudes por el pecado, produciría muchas veces abundantes frutos de penitencia por los méritos, la virtud y la doctrina de San Francisco.




En alabanza de Cristo. Amén.
 Florecillas de San Francisco

PROCESION POR LA VIDA



  









COLABORACIÓN DE NUESTRO HERMANO DE JUFRA

MIGUEL ÁNGEL HERNANDEZ.

La Pascua, un proximo amanecer...

EN CAMINO HACIA LA PASCUA.

MENSAJE DE SS. BENEDICTO XVI EN ESTA CUARESMA 2011
«Con Cristo sois sepultados en el Bautismo, con él también habéis resucitado» (cf. Col 2, 12)
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS:


La Cuaresma, que nos lleva a la celebración de la Santa Pascua, es para la Iglesia un tiempo litúrgico muy valioso e importante, con vistas al cual me alegra dirigiros unas palabras específicas para que lo vivamos con el debido compromiso. La Comunidad eclesial, asidua en la oración y en la caridad operosa, mientras mira hacia el encuentro definitivo con su Esposo en la Pascua eterna, intensifica su camino de purificación en el espíritu, para obtener con más abundancia del Misterio de la redención la vida nueva en Cristo Señor (cf. Prefacio I de Cuaresma).
1. Esta misma vida ya se nos transmitió el día del Bautismo, cuando «al participar de la muerte y resurrección de Cristo» comenzó para nosotros « la aventura gozosa y entusiasmante del discípulo» (Homilía en la fiesta del Bautismo del Señor, 10 de enero de 2010). San Pablo, en sus Cartas, insiste repetidamente en la comunión singular con el Hijo de Dios que se realiza en este lavacro. El hecho de que en la mayoría de los casos el Bautismo se reciba en la infancia pone de relieve que se trata de un don de Dios: nadie merece la vida eterna con sus fuerzas. La misericordia de Dios, que borra el pecado y permite vivir en la propia existencia «los mismos sentimientos que Cristo Jesús» (Flp 2, 5) se comunica al hombre gratuitamente.
El Apóstol de los gentiles, en la Carta a los Filipenses, expresa el sentido de la transformación que tiene lugar al participar en la muerte y resurrección de Cristo, indicando su meta: que yo pueda «conocerle a él, el poder de su resurrección y la comunión en sus padecimientos hasta hacerme semejante a él en su muerte, tratando de llegar a la resurrección de entre los muertos» (Flp 3, 10-11). El Bautismo, por tanto, no es un rito del pasado sino el encuentro con Cristo que conforma toda la existencia del bautizado, le da la vida divina y lo llama a una conversión sincera, iniciada y sostenida por la Gracia, que lo lleve a alcanzar la talla adulta de Cristo.
Un nexo particular vincula al Bautismo con la Cuaresma como momento favorable para experimentar la Gracia que salva. Los Padres del Concilio Vaticano II exhortaron a todos los Pastores de la Iglesia a utilizar «con mayor abundancia los elementos bautismales propios de la liturgia cuaresmal» (Sacrosanctum Concilium, 109). En efecto, desde siempre, la Iglesia asocia la Vigilia Pascual a la celebración del Bautismo: en este Sacramento se realiza el gran misterio por el cual el hombre muere al pecado, participa de la vida nueva en Jesucristo Resucitado y recibe el mismo espíritu de Dios que resucitó a Jesús de entre los muertos (cf. Rm 8, 11). Este don gratuito debe ser reavivado en cada uno de nosotros y la Cuaresma nos ofrece un recorrido análogo al catecumenado, que para los cristianos de la Iglesia antigua, así como para los catecúmenos de hoy, es una escuela insustituible de fe y de vida cristiana: viven realmente el Bautismo como un acto decisivo para toda su existencia.
2. Para emprender seriamente el camino hacia la Pascua y prepararnos a celebrar la Resurrección del Señor —la fiesta más gozosa y solemne de todo el Año litúrgico—, ¿qué puede haber de más adecuado que dejarnos guiar por la Palabra de Dios? Por esto la Iglesia, en los textos evangélicos de los domingos de Cuaresma, nos guía a un encuentro especialmente intenso con el Señor, haciéndonos recorrer las etapas del camino de la iniciación cristiana: para los catecúmenos, en la perspectiva de recibir el Sacramento del renacimiento, y para quien está bautizado, con vistas a nuevos y decisivos pasos en el seguimiento de Cristo y en la entrega más plena a él.
El primer domingo del itinerario cuaresmal subraya nuestra condición de hombre en esta tierra. La batalla victoriosa contra las tentaciones, que da inicio a la misión de Jesús, es una invitación a tomar conciencia de la propia fragilidad para acoger la Gracia que libera del pecado e infunde nueva fuerza en Cristo, camino, verdad y vida (cf. Ordo Initiationis Christianae Adultorum, n. 25). Es una llamada decidida a recordar que la fe cristiana implica, siguiendo el ejemplo de Jesús y en unión con él, una lucha «contra los Dominadores de este mundo tenebroso» (Ef 6, 12), en el cual el diablo actúa y no se cansa, tampoco hoy, de tentar al hombre que quiere acercarse al Señor: Cristo sale victorioso, para abrir también nuestro corazón a la esperanza y guiarnos a vencer las seducciones del mal.
El Evangelio de la Transfiguración del Señor pone delante de nuestros ojos la gloria de Cristo, que anticipa la resurrección y que anuncia la divinización del hombre. La comunidad cristiana toma conciencia de que es llevada, como los Apóstoles Pedro, Santiago y Juan «aparte, a un monte alto» (Mt 17, 1), para acoger nuevamente en Cristo, como hijos en el Hijo, el don de la gracia de Dios: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle» (v. 5). Es la invitación a alejarse del ruido de la vida diaria para sumergirse en la presencia de Dios: él quiere transmitirnos, cada día, una palabra que penetra en las profundidades de nuestro espíritu, donde discierne el bien y el mal (cf.Hb 4, 12) y fortalece la voluntad de seguir al Señor.
La petición de Jesús a la samaritana: «Dame de beber» (Jn 4, 7), que se lee en la liturgia del tercer domingo, expresa la pasión de Dios por todo hombre y quiere suscitar en nuestro corazón el deseo del don del «agua que brota para vida eterna» (v. 14): es el don del Espíritu Santo, que hace de los cristianos «adoradores verdaderos» capaces de orar al Padre «en espíritu y en verdad» (v. 23). ¡Sólo esta agua puede apagar nuestra sed de bien, de verdad y de belleza! Sólo esta agua, que nos da el Hijo, irriga los desiertos del alma inquieta e insatisfecha, «hasta que descanse en Dios», según las célebres palabras de San Agustín.
El domingo del ciego de nacimiento presenta a Cristo como luz del mundo. El Evangelio nos interpela a cada uno de nosotros: «¿Tú crees en el Hijo del hombre?». «Creo, Señor» (Jn 9, 35.38), afirma con alegría el ciego de nacimiento, dando voz a todo creyente. El milagro de la curación es el signo de que Cristo, junto con la vista, quiere abrir nuestra mirada interior, para que nuestra fe sea cada vez más profunda y podamos reconocer en él a nuestro único Salvador. Él ilumina todas las oscuridades de la vida y lleva al hombre a vivir como «hijo de la luz».
Cuando, en el quinto domingo, se proclama la resurrección de Lázaro, nos encontramos frente al misterio último de nuestra existencia: «Yo soy la resurrección y la vida... ¿Crees esto?» (Jn 11, 25-26). Para la comunidad cristiana es el momento de volver a poner con sinceridad, junto con Marta, toda la esperanza en Jesús de Nazaret: «Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo» (v. 27). La comunión con Cristo en esta vida nos prepara a cruzar la frontera de la muerte, para vivir sin fin en él. La fe en la resurrección de los muertos y la esperanza en la vida eterna abren nuestra mirada al sentido último de nuestra existencia: Dios ha creado al hombre para la resurrección y para la vida, y esta verdad da la dimensión auténtica y definitiva a la historia de los hombres, a su existencia personal y a su vida social, a la cultura, a la política, a la economía. Privado de la luz de la fe todo el universo acaba encerrado dentro de un sepulcro sin futuro, sin esperanza.
El recorrido cuaresmal encuentra su cumplimiento en el Triduo Pascual, en particular en la Gran Vigilia de la Noche Santa: al renovar las promesas bautismales, reafirmamos que Cristo es el Señor de nuestra vida, la vida que Dios nos comunicó cuando renacimos «del agua y del Espíritu Santo», y confirmamos de nuevo nuestro firme compromiso de corresponder a la acción de la Gracia para ser sus discípulos.
3. Nuestro sumergirnos en la muerte y resurrección de Cristo mediante el sacramento del Bautismo, nos impulsa cada día a liberar nuestro corazón del peso de las cosas materiales, de un vínculo egoísta con la «tierra», que nos empobrece y nos impide estar disponibles y abiertos a Dios y al prójimo. En Cristo, Dios se ha revelado como Amor (cf. 1 Jn 4, 7-10). La Cruz de Cristo, la «palabra de la Cruz» manifiesta el poder salvífico de Dios (cf. 1 Co 1, 18), que se da para levantar al hombre y traerle la salvación: amor en su forma más radical (cf. Enc. Deus caritas est, 12). Mediante las prácticas tradicionales del ayuno, la limosna y la oración, expresiones del compromiso de conversión, la Cuaresma educa a vivir de modo cada vez más radical el amor de Cristo. El ayuno, que puede tener distintas motivaciones, adquiere para el cristiano un significado profundamente religioso: haciendo más pobre nuestra mesa aprendemos a superar el egoísmo para vivir en la lógica del don y del amor; soportando la privación de alguna cosa —y no sólo de lo superfluo— aprendemos a apartar la mirada de nuestro «yo», para descubrir a Alguien a nuestro lado y reconocer a Dios en los rostros de tantos de nuestros hermanos. Para el cristiano el ayuno no tiene nada de intimista, sino que abre mayormente a Dios y a las necesidades de los hombres, y hace que el amor a Dios sea también amor al prójimo (cf. Mc 12, 31).
En nuestro camino también nos encontramos ante la tentación del tener, de la avidez de dinero, que insidia el primado de Dios en nuestra vida. El afán de poseer provoca violencia, prevaricación y muerte; por esto la Iglesia, especialmente en el tiempo cuaresmal, recuerda la práctica de la limosna, es decir, la capacidad de compartir. La idolatría de los bienes, en cambio, no sólo aleja del otro, sino que despoja al hombre, lo hace infeliz, lo engaña, lo defrauda sin realizar lo que promete, porque sitúa las cosas materiales en el lugar de Dios, única fuente de la vida. ¿Cómo comprender la bondad paterna de Dios si el corazón está lleno de uno mismo y de los propios proyectos, con los cuales nos hacemos ilusiones de que podemos asegurar el futuro? La tentación es pensar, como el rico de la parábola: «Alma, tienes muchos bienes en reserva para muchos años... Pero Dios le dijo: “¡Necio! Esta misma noche te reclamarán el alma”» (Lc 12, 19-20). La práctica de la limosna nos recuerda el primado de Dios y la atención hacia los demás, para redescubrir a nuestro Padre bueno y recibir su misericordia.
En todo el período cuaresmal, la Iglesia nos ofrece con particular abundancia la Palabra de Dios. Meditándola e interiorizándola para vivirla diariamente, aprendemos una forma preciosa e insustituible de oración, porque la escucha atenta de Dios, que sigue hablando a nuestro corazón, alimenta el camino de fe que iniciamos en el día del Bautismo. La oración nos permite también adquirir una nueva concepción del tiempo: de hecho, sin la perspectiva de la eternidad y de la trascendencia, simplemente marca nuestros pasos hacia un horizonte que no tiene futuro. En la oración encontramos, en cambio, tiempo para Dios, para conocer que «sus palabras no pasarán» (cf. Mc 13, 31), para entrar en la íntima comunión con él que «nadie podrá quitarnos» (cf. Jn 16, 22) y que nos abre a la esperanza que no falla, a la vida eterna.
En síntesis, el itinerario cuaresmal, en el cual se nos invita a contemplar el Misterio de la cruz, es «hacerme semejante a él en su muerte» (Flp 3, 10), para llevar a cabo una conversión profunda de nuestra vida: dejarnos transformar por la acción del Espíritu Santo, como San Pablo en el camino de Damasco; orientar con decisión nuestra existencia según la voluntad de Dios; liberarnos de nuestro egoísmo, superando el instinto de dominio sobre los demás y abriéndonos a la caridad de Cristo. El período cuaresmal es el momento favorable para reconocer nuestra debilidad, acoger, con una sincera revisión de vida, la Gracia renovadora del Sacramento de la Penitencia y caminar con decisión hacia Cristo.
Queridos hermanos y hermanas, mediante el encuentro personal con nuestro Redentor y mediante el ayuno, la limosna y la oración, el camino de conversión hacia la Pascua nos lleva a redescubrir nuestro Bautismo. Renovemos en esta Cuaresma la acogida de la Gracia que Dios nos dio en ese momento, para que ilumine y guíe todas nuestras acciones. Lo que el Sacramento significa y realiza estamos llamados a vivirlo cada día siguiendo a Cristo de modo cada vez más generoso y auténtico. Encomendamos nuestro itinerario a la Virgen María, que engendró al Verbo de Dios en la fe y en la carne, para sumergirnos como ella en la muerte y resurrección de su Hijo Jesús y obtener la vida eterna.




Vaticano, 4 de noviembre de 2010


domingo, 27 de marzo de 2011

¿ QUE ES UN MILAGRO ?


“Dichosa la que ha creído que se cumplirá lo que se le ha dicho de parte del Señor” (Lc 1, 45). Sí, María ha creído como ninguna otra persona, porque estaba convencida de que “para Dios nada hay imposible” (cf. Lc 1, 37).

El milagro como llamada a la fe

1. Los “milagros y los signos” que Jesús realizaba para confirmar su misión mesiánica y la venida del reino de Dios, están ordenados y estrechamente ligados a la llamada a la fe. Esta llamada con relación al milagro tiene dos formas: la fe precede al milagro, más aún, es condición para que se realice; la fe constituye un efecto del milagro, bien porque el milagro mismo la provoca en el alma de quienes lo han recibido, bien porque han sido testigos de él.

Es sabido que la fe es una respuesta del hombre a la palabra de la revelación divina. El milagro acontece en unión orgánica con esta Palabra de Dios que se revela. Es una “señal” de su presencia y de su obra, un signo, se puede decir, particularmente intenso. Todo esto explica de modo suficiente el vínculo particular que existe entre los “milagros-signos” de Cristo y la fe: vínculo tan claramente delineado en los Evangelios.


2. Efectivamente, encontramos en los Evangelios una larga serie de textos en los que la llamada a la fe aparece como un coeficiente indispensable y sistemático de los milagros de Cristo.

Al comienzo de esta serie es necesario nombrar las páginas concernientes a la Madre de Cristo con su comportamiento en Caná de Galilea, y aún antes y sobre todo en el momento de la Anunciación. Se podría decir que precisamente aquí se encuentra el punto culminante de su adhesión a la fe, que hallará su confirmación en las palabras de Isabel durante la Visitación: “Dichosa la que ha creído que se cumplirá lo que se le ha dicho de parte del Señor” (Lc 1, 45). Sí, María ha creído como ninguna otra persona, porque estaba convencida de que “para Dios nada hay imposible” (cf. Lc 1, 37).

Y en Caná de Galilea su fe anticipó, en cierto sentido, la hora de la revelación de Cristo. Por su intercesión, se cumplió aquel primer milagro-signo, gracias al cual los discípulos de Jesús “creyeron en él” (Jn 2, 11). Si el Concilio Vaticano II enseña que María precede constantemente al Pueblo de Dios por los caminos de la fe (cf. Lumen gentium, 58 y 63; Redemptoris Mater, 5-6), podemos decir que el fundamento primero de dicha afirmación se encuentra en el Evangelio que refiere los “milagros-signos” en María y por María en orden a la llamada a la fe.


3. Esta llamada se repite muchas veces. Al jefe de la sinagoga, Jairo, que había venido a suplicar que su hija volviese a la vida, Jesús le dice: “No temas, ten sólo fe”. (Dice “no temas”, porque algunos desaconsejaban a Jairo ir a Jesús) (Mc 5, 36).

Cuando el padre del epiléptico pide la curación de su hijo, diciendo: “Pero si algo puedes, ayúdanos...”, Jesús le responde: “Si puedes! Todo es posible al que cree”. Tiene lugar entonces el hermoso acto de fe en Cristo de aquel hombre probado: “¡Creo! Ayuda a mi incredulidad” (cf. Mc 9, 22-24).

Recordemos, finalmente, el coloquio bien conocido de Jesús con Marta antes de la resurrección de Lázaro: “Yo soy la resurrección y la vida... ¿Crees esto? “Sí, Señor, creo...” (cf. Jn 11, 25-27).

4. El mismo vínculo entre el “milagro-signo” y la fe se confirma por oposición con otros hechos de signo negativo. Recordemos algunos de ellos. En el Evangelio de Marcos leemos que Jesús de Nazaret “no pudo hacer...ningún milagro, fuera de que a algunos pocos dolientes les impuso las manos y los curó. Él se admiraba de su incredulidad” (Mc 6, 5-6).

Conocemos las delicadas palabras con que Jesús reprendió una vez a Pedro: “Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?”. Esto sucedió cuando Pedro, que al principio caminaba valientemente sobre las olas hacia Jesús, al ser zarandeado por la violencia del viento, se asustó y comenzó a hundirse (cf. Mt 14, 29-31).


5. Jesús subraya más de una vez que los milagros que Él realiza están vinculados a la fe. “Tu fe te ha curado”, dice a la mujer que padecía hemorragias desde hacia doce años y que, acercándose por detrás, le había tocado el borde del manto, quedando sana (cf. Mt 9, 20-22; y también Lc 8, 48; Mc 5, 34).

Palabras semejantes pronuncia Jesús mientras cura al ciego Bartimeo, que, a la salida de Jericó, pedía con insistencia su ayuda gritando: “(Hijo de David, Jesús, ten piedad de mi!” (cf. Mc 10, 46-52). Según Marcos: “Anda, tu fe te ha salvado” le responde Jesús. Y Lucas precisa la respuesta: “Ve, tu fe te ha hecho salvo” (Lc 18, 42).

Una declaración idéntica hace al Samaritano curado de la lepra (Lc 17, 19). Mientras a los otros dos ciegos que invocan volver a ver, Jesús les pregunta: “¿Creéis que puedo yo hacer esto?”. “Sí, Señor”... “Hágase en vosotros, según vuestra fe” (Mt 9, 28-29).





6. Impresiona de manera particular el episodio de la mujer cananea que no cesaba de pedir la ayuda de Jesús para su hija “atormentada cruelmente por un demonio”. Cuando la cananea se postró delante de Jesús para implorar su ayuda, Él le respondió: “No es bueno tomar el pan de los hijos y arrojarlo a los perrillos” (Era una referencia a la diversidad étnica entre israelitas y cananeos que Jesús, Hijo de David, no podía ignorar en su comportamiento práctico, pero a la que alude con finalidad metodológica para provocar la fe). Y he aquí que la mujer llega intuitivamente a un acto insólito de fe y de humildad. Y dice: “Cierto, Señor, pero también los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus señores”. Ante esta respuesta tan humilde, elegante y confiada, Jesús replica: “¡Mujer, grande es tu fe! Hágase contigo como tú quieres(cf. Mt 15, 21-28).

¡Es un suceso difícil de olvidar, sobre todo si se piensa en los innumerables “cananeos” de todo tiempo, país, color y condición social que tienden su mano para pedir comprensión y ayuda en sus necesidades!


7. Nótese cómo en la narración evangélica se pone continuamente de relieve el hecho de que Jesús, cuando “ve la fe”, realiza el milagro. Esto se dice expresamente en el caso del paralítico que pusieron a sus pies desde un agujero abierto en el techo (cf. Mc 2, 5; Mt 9, 2; Lc 5, 20). Pero la observación se puede hacer en tantos otros casos que los evangelistas nos presentan. El factor fe es indispensable; pero, apenas se verifica, el corazón de Jesús se proyecta a satisfacer las demandas de los necesitados que se dirigen a Él para que los socorra con su poder divino.

8. Una vez más constatamos que, como hemos dicho al principio, el milagro es un “signo” del poder y del amor de Dios que salvan al hombre en Cristo. Pero, precisamente por esto es al mismo tiempo una llamada del hombre a la fe. Debe llevar a creer sea al destinatario del milagro sea a los testigos del mismo.

Esto vale para los mismos Apóstoles, desde el primer “signo” realizado por Jesús en Caná de Galilea; fue entonces cuando “creyeron en Él” (Jn 2, 11). Cuando, más tarde, tiene lugar la multiplicación milagrosa de los panes cerca de Cafarnaum, con la que está unido el preanuncio de la Eucaristía, el evangelista hace notar que “desde entonces muchos de sus discípulos se retiraron y ya no le seguían”, porque no estaban en condiciones de acoger un lenguaje que les parecía demasiado “duro”. Entonces Jesús preguntó a los Doce: “¿Queréis iros vosotros también?”. Respondió Pedro: “Señor, ¿a quién iríamos? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros hemos creído y sabemos que Tú eres el Santo de Dios” (Cfr. Jn 6, 66-69). Así, pues, el principio de la fe es fundamental en la relación con Cristo, ya como condición para obtener el milagro, ya como fin por el que el milagro se ha realizado. Esto queda bien claro al final del Evangelio de Juan donde leemos: “Muchas otras señales hizo Jesús en presencia de los discípulos que no están escritas en este libro; y éstas fueron escritas para que creáis que Jesús es el Mesías, Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre” (Jn 20, 30-31).



Link: 
http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/audiences/1987/documents/hf_jp-ii_aud_19871216_sp.html

sábado, 26 de marzo de 2011

EL VALOR SACRAMENTAL DE LA CONFESION

DESDE ROMA NOS LLEGA ESTE INTERESANTISIMO DOCUMENTO EN ESTA ETAPA DE CUARESMA, EPOCA DEL PERDON Y DE RECONCILIACION...


CIUDAD DEL VATICANO, 25 MAR 2011 (VIS).-Benedicto XVI recibió esta mañana en audiencia a los participantes en el curso sobre el foro interno promovido por la Penitenciaría Apostólica, el dicasterio presidido por el cardenal Fortunato Baldelli y cuyo regente es monseñor Gianfranco Girotti.

En el discurso que dirigió a los participantes el Santo Padre habló del “valor pedagógico de la confesión sacramental” sea para los sacerdotes que para los penitentes.

Refiriéndose a los presbíteros afirmó: “La misión sacerdotal constituye un punto de observación único y privilegiado desde el que diariamente nos es dado contemplar el esplendor de la Misericordia divina (...) De la administración del Sacramento de la Penitencia podemos recibir profundas lecciones de humildad y fe. Es un llamamiento muy fuerte para cada sacerdote a la conciencia de su identidad propia. Nunca, solamente, en virtud de nuestra humanidad podríamos escuchar la confesión de nuestros hermanos. Si se acercan a nosotros es solo porque somos sacerdotes, configurados a Cristo Sumo y eterno sacerdote, y por tanto capaces de actuar en su nombre y en su persona, de hacer realmente presente a Dios que perdona, transforma y renueva”.

La celebración del Sacramento de la Penitencia, por lo tanto “tiene un valor pedagógico para el sacerdote, en orden a su fe, a la verdad y la pobreza de su persona, y alimenta en él la conciencia de la identidad sacramental”, subrayó el pontífice.

“Ciertamente la Reconciliación sacramental es uno de los momentos en que la libertad personal y la conciencia de sí están llamadas a manifestarse de forma particularmente evidente”, prosiguió el Papa hablando esta vez de los penitentes. “Quizás es por esto –observó- que en una época de relativismo y de consecuente atenuada conciencia del propio ser resulta debilitada también la práctica sacramental, El examen de conciencia tiene un importante valor pedagógico: educa a mirar con sinceridad la propia existencia, a confrontarla con la verdad del Evangelio y a valorarla con parámetros no solo humanos, sino en perspectiva de la Revelación divina. La confrontación con los mandamientos, las Bienaventuranzas y sobre todo con el precepto del amor constituye la primera gran escuela penitencial”

“Queridos sacerdotes –concluyó el Santo Padre- no dejéis de dar oportuno espacio al ejercicio del ministerio de la Penitencia en el confesonario; ser acogidos y escuchados constituye también un signo humano de la acogida y de la bondad de Dios hacia sus hijos. La confesión integral de los pecados, además, educa al penitente a la humildad, al reconocimiento de su fragilidad y al mismo tiempo a la conciencia de la necesidad del perdón de Dios y a la confianza en que la gracia divina puede transformar la vida”.
AC/ VIS 20110325 (450)

miércoles, 23 de marzo de 2011

DIOS... ESE ETERNO INCANSABLE.

CUANTAS VECES NOS HEMOS PREGUNTADO ACERCA DE LA MARAVILLA DE LA CREACIÓN?... CUANTAS VECES HEMOS SIDO TESTIGOS DE ESE PORTENTO DE MISERICORDIA QUE DIOS TIENE PARA CON NOSOTROS? ME PREGUNTO SI SAN FRANCISCO VIO UN ESPECTÁCULO COMO EL QUE  LES VOY A PRESENTAR... ESTOY CASI SEGURO QUE MAS DE UNA OCACIÓN FUE TESTIGO DE ESTA MARAVILLA, EL PODER DE DIOS EN LA CREACIÓN , SIENTAN EN SU CORAZÓN ESTE MILAGRO,  EL MILAGRO DE LA VIDA ... DE LA VIDA EN ESTE PLANETA ...MI CASA  MI HOGAR, MI REFUGIO, MI MORADA,  AGRADEZCAMOS POR EL DON DE ESTAR VIVOS... ASÍ PUES MIS QUERIDOS HERMANOS ASOMBRÉMONOS  DEL MISTERIO DE LA CREACIÓN, Y SINTAMOS QUE NO ESTAMOS SOLOS DIOS ESTA CON NOSOTROS ...Y DIGAMOSLE CON EL CORAZON COMO DECIA SAN FANCISCO..."SEÑOR MIO  Y DIOS MIO..." OBSERVEMOS  Y DEMOS GRACIAS POR EL DON DEPODER OBSERVAR ESTA MARAVILLA EN EL CIELO DEL NORTE... VEAN EL PODER DE LA CREACIÓN DE PAPADIOS...

LUCES DEL NORTE from Martin 10sd156 on Vimeo.

lunes, 21 de marzo de 2011

CONFIEMOS EN DIOS

LA CONFIANZA EN LA AMOROSA PROVIDENCIA DE DIOS


San Francisco tuvo una fuerte experiencia de Dios como su Padre, y de ahí brotará ese profundo amor a Jesucristo, el enviado del Padre, y la conciencia de hermandad con todos los hombres, y aun con todas las creaturas. Desde el momento en que rompe con su propio padre y su proyecto fundamentado en el dinero, y en el tener y poseer, y se abre al proyecto de Dios, fundamentado en el amor y la confianza filial, en el ser y el compartir, Francisco anuncia su nueva forma de vivir: “A partir de ahora ya no diré “Padre mío, Bernardone, sino sólo, Padre nuestro que estás en el cielo”  Y toda su vida se convirtió en una fiesta, en la que aun sus enfermedades, conflictos y la misma muerte se convierten en caminos para experimentar más profundamente su confianza y dependencia en su Padre Dios.

el Evangelio nos presenta esa contraposición de dos esquemas, de dos formas de vivir: la confianza absoluta en Dios, y la confianza puesta en el dinero. No se puede servir a dos amos… O es uno o es otro.  Dice el cantante Facundo Cabral, que el que ama el dinero, cuando mucho llegará a un banco… Y para nosotros es claro que poner la confianza de Dios, ha de llevarnos al mismo corazón de nuestro Padre Celestial, para morar ahí por toda la eternidad.  Jesús vino para darnos testimonio del amor del Padre, que es tierno y bondadoso.

Ya desde el Antiguo Testamento tenemos frases que nos hacen pensar en ese tipo de amor de Dios por nosotros, y en la primera lectura escuchamos a Isaías diciéndonos que aun más grande y firme que el amor de una madre, es el amor que nuestro buen Padre nos tiene. Esto hace eco de lo que  el salmo 130 nos presenta al decir: “Como un niño en brazos de su madre, así está mi alma en ti, Dios mío” y el salmo 103:  El Señor es ternura y compasión, lento a la cólera y lleno de amor;. si se querella, no es para siempre, si guarda rencor, es sólo por un rato. No nos trata según nuestros pecados ni nos paga según nuestras ofensas. . Cuanto se alzan los cielos sobre la tierra tan alto es su amor con los que le temen. . Como el oriente está lejos del occidente así aleja de nosotros nuestras culpas. . Como la ternura de un padre con sus hijos es la ternura del Señor con los que le temen. . El sabe de qué fuimos formados, se recuerda que sólo somos polvo. . El hombre: sus días son como la hierba, él florece como la flor del campo; . un soplo pasa sobre él, y ya no existe y nunca más se sabrá dónde estuvo. . Pero el amor del Señor con los que le temen es desde siempre y para siempre; defenderá a los hijos de sus hijos, . de aquellos que guardan su alianza y se acuerdan de cumplir sus ordenanzas.”

El Padre cuida amorosamente de las flores del campo y de las aves del cielo…
El Padre ha puesto color a todas las flores, y a cada una un aroma distinto…
El Padre ha puesto a cantar para nosotros a todas las aves, y cada una en n tono diferente. Con mayor razón ha de cuidar de nosotros.  

AMEMOS A NUESTROS "ENEMIGOS"

AMAR A LOS ENEMIGOS
LOS ENEMIGOS TAMBIÉN SON MIS HERMANOS, ELLOS SON TAMBIÉN HIJOS DE DIOS...


San Francisco escribió una carta al  superior de una custodia franciscana, y le decía sobre ciertos hermanos que al portarse mal, traían al superior de cabeza:  “Y en esto quiero conocer si tú amas al Señor y a mí, siervo suyo y tuyo, si hicieras esto, a saber, que no haya hermano alguno en el mundo que haya pecado todo cuanto haya podido pecar, que, después que haya visto tus ojos, no se marche jamás sin tu misericordia, si pide misericordia. Y si él no pidiera misericordia, que tú le preguntes si quiere misericordia. Y si mil veces pecara después delante de tus ojos, ámalo más que a mí para esto, para que lo atraigas al Señor; y ten siempre misericordia de tales hermanos.”  Lo cual no deja de escucharse raro, en un mundo donde la violencia y la venganza son las armas más utilizadas para resolver los conflictos. Pero es que Francisco tomaba muy en cuenta lo dicho por Jesús en el Evangelio de hoy, que nos pide vencer la maldad de los malos con la bondad de los buenos.

Eso de que pongamos la otra mejilla, no nos suena muy grato. Y sin embargo, un no cristiano, Ghandi, se inspiró en esta parte del Evangelio para desarrollar toda una acción política, que lo llevó a que la orgullosa Inglaterra soltara a lo que era la joya de la corona de su Imperio, la India.Es imposible que no tengamos conflictos con alguien.  Y lo más común a hacer  es dar golpe por golpe, y si se puede dar al dos por uno… mejor. Pero como dijo Ghandi… “Si seguimos el ojo por ojo, todos quedaremos ciegos” La violencia solo siembra más violencia.
Jesús no nos invita a ser tontos, ni a ser dejados. Nos invita a ser creativos en la respuesta. Cuando alguien está enojado o molesto… pretender ganarle a gritar o a golpear es sólo incrementar la violencia. El silencio, o una actitud pasiva puede dar la ocasión a que el problema no se haga más grande.
Recuerdo un tiempo de mi juventud, en que trataba de vivir el mensaje del Evangelio de cada domingo… cuando tocó este Evangelio me sentí un tanto incomodo, y hasta algo asustado… ¿Cómo iba a poder poner eso en práctica? Un día fui a jugar con una amiga basquetbol a una unidad deportiva. Y le comenté mi propósito de vivir esa semana ese mensaje, lo que se prestó a que me hiciera bromas. Al llegar a la fuente de sodas por algo fresco, nos encontramos con que la encargada era una señora muy enojona y estaba molesta por algo que le habían dicho. El vaso de mi amiga estaba sucio. Y le reclamó por eso. Entonces la señora se puso agresiva. “Uy pues que delicada”… Mi amiga iba a contestarle algo duro… y le pedí que se callara. Y yo le dije a la señora. “Señora, no se preocupe. Está bien. Pero por favor deme otro refresco en otro vaso, se lo voy a pagar”. Entonces la señora cambió de inmediato su actitud. “No, joven, si no lo consumió no se lo puedo cobrar”. Y retirando el vaso sucio nos dio un nuevo refresco en un vaso limpio. Mi amiga y yo nos quedamos viendo.
 Seamos hijos de nuestro Padre Celestial, el cual hace salir su sol sobre buenos y malos y caer su lluvia sobre justos e injustos. Pues si solo tratamos bien a los que así nos tratan ¿qué mérito podemos esperar?
Somos hijos de un Dios que es amor, que es rico en misericordia, y que nos ofrece su bondad y perdón  ante nuestras faltas y pecados…. No nos comportemos de otro modo.

Fr Fernando Rodríguez OFM.