viernes, 3 de agosto de 2012

Consideracion de 12 Anacoretas.

En cierta ocación un grupo de doce anacoretas, sabios, santos y espirituales se reunieron y se exigieron que cada uno dijese aquello en lo que se esforzaba en su celda y lo que en ella consideraba espiritualmente.




1. Y dijo el primero, el más anciano de todos: “Yo, hermanos, desde que empecé a morar aquí, me crucifiqué del todo a mí mismo en todas mis obras exteriores, recordando lo que está escrito: “Rompámos sus coyundas, sacudamos su yugo” (Sal 2, 3). Y edificando como un muro entre el alma y las obras corporales, pensé para mí: “Del mismo modo que el que está detrás del muro no ve lo que hay fuera, del mismo modo no quieras ver tus obras exteriores, sino mírate a ti mismo, apoyándote todos los días en la esperanza en Dios. Por eso los malos pensamientos, deseos, los considero como prole de serpientes y escorpiones. Y si alguna vez siento que nacen en mi corazón los conmino violentamente y los arrojo con ira. Y nunca ceso de enfrentarme con mi cuerpo y mi mente para no hacer nada malo.”

2. El segundo dijo: “Yo desde que renuncié al mundo, dije: “Hoy he vuelto a nacer, hoy he empezado a servir a Dios, hoy he empezado a morar aquí: pórtate cada día como peregrino y el día de mañana serás libre. Esto pienso conmigo mismo cada día.”


3. El tecero dijo: “Yo al amanecer subo a mi Dios y adorándole me postro, confieso mis culpas, y bajando, adoro a los ángeles de Dios, pidiéndoles que rueguen a Dios por mí y por todas las criaturas. Y cuando he terminado, desciendo al abimso, y como lo hacen los judíos en Jerusalén, que se golpean y con lágrimas y llanto lloran la desgracia de sus padres, yo del mismo modo atormeto mis propios miembros y lloro con los que lloran.”

4. El cuarto dijo: “Yo estoy aquí como si morase en el monte de los Olivos con el Señor y sus discípulos. Y me dije a mí mismo: “A nadie trates según la carne sino imita a quellos en su trato siempre celestial, como María a los pies de Jesús sentada y escuchando sus palabras. Vosotros pues ser perfectos, como es perfecto vuestro Padre celestial (Mt 5,48), y Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón (Mt 11, 29 ).

5. El quinto dijo: “Yo miro a los ángeles que suben y bajan llamando a las almas y espero mi fin diciendo: A punto está mi corazón, Oh Dios, a punto está mi corazón. (Sal 108, 2).

6. Dijo el sexto: “Yo he decidido escuchar cada día las palabras de Dios que me dice: Trabajad por mí y yo os daré el descanso. Luchad todavía un poco y veréis mi salvación y mi gloria. Si me amáis, si sois hijos míos, acudid con oración al Padre. Si sois hijos míos, acudid con oración al Padre. Si sois mis hermanos, avergonzáos por mi causa, como yo padecí tanto por vosotros. Si sois ovejas mías, seguid la pasión del Señor.”

7. El séptimo dijo: “Yo medito continuamente y me repito a mí mismo sin cesar, acerca de la fe, esperanza y la caridad, para que por la esperanza, viva con alegría, por el amor nunca jamás cause pena a nadie y fortifique mi fe.”

8. El octavo dijo: “Yo espero al diablo que busca a quien dovorar, y donde quiera que él va le espero con mis ojos interiores y apelo al Señor Dios contra él, para que no haga mal y no venza a nadie, sobre todo entre los que temen a Dios.”

9. El noveno dijo: “Yo cada día contemplo la iglesia y sus virtudes angélicas, y veo al Señor de la gloria en medio de ellas brillante sobre todas. Cuando me aparto de esto subo al cielo, contemplo las admirables bellezas de los ángeles y los himnos que dirigen continuamente a Dios y sus dulces tonadas, y repito sus cantos y voces y su suavidad, para recordar lo que está escrito: Los cielos cuentan la gloria de Dios, la obra de sus manos anuncia el firmamento (Sal 19, 2). Y pienso que todo lo de la tierra es ceniza y basura.”


10. Dijo el décimo: “Yo establecí junto a mí al ángel de mi guarda y me guardo a mí mismo recordando lo que está escrito: Pongo a Yahvéh ante mí sin cesar, porque él está a mi derecha no vacilo (Sal 16, 8). Por eso le temo para que me guarde en sus caminos y suba cada día a Dios, dirigiendo mis obras y palabras.”

11. Dijo el undécimo: “Yo establecí conmigo mismo imponer a mi persona las virtudes de la abstinencia, castidad, benignidad, amor, y rodeándome con ellas, donde quiera que voy me digo a mi mismo: ¿Dónde están sus secuaces? No te acobardes, no desfallezcas, teniéndolas siempre junto a tí. A los que gusten, háblales de la virtud, para que después de su muerte sean testigos tuyos ante Dios, porque encontraron la paz en ti.”

12. Dijo el duodécimo: “Vosotros, Padre, tenéis muchas cosas celestiales y poseéis la sabiduría del cielo. Yo no tengo nada de eso. Os contemplo en las alturas y os considero muy superiores a mí. ¿Qué puedo decir?. Por vuestra virtud habéis sido elevados de la tierra y sois ejernos a ella. ¿Qué puedo decir?. No mentiré si os llamo ángeles terrestres y hombres celestiales. Yo empero me juzgo indigno, veo que mis pecados, donde quiera que voy, van delante de mí a derecha e izquierda. Me coloqué a mi mismo en el infierno diciendo: Estaré con aquellos que son dignos de mí, con estos te encontrarás dentro de poco tiempo. Por eso veo gemidos y lágrimas incensantes que nadie puede narrar: veo el rechinar de dientes, el levantarse de los cuerpos que tiemblan de los pies a la cabeza,y arrojándome al suelo, besando la ceniza, ruego a Dios, que no experimente jamás la caída de aquellos. Veo un inmenso mar de fuego ardiente, y las olas de fuego parecen alcanzar hasta el cielo, y en aquel mar tremendo veo innumerables hombre hundidos y agresivos que gritan y aullan a una sola voz, como nunca había oído gritar a aullar en la tierra, ardiendo como áridos matorrales y a la misericordia de Dios que se aparta de ellos por sus injusticias. Y entonces sufro por el género humano, que se atreve a hablar o esperar algo, estando el mundo lleno de tantos males. Y mantengo mi mente, meditando con llanto lo que dice el Señor, juzgándome indigno del cielo y de la tierra, considerando lo que está escrito: “Son mis lágrimas mi pan, de día y de noche.” ( Sal 42, 4 ).

Estas son las respuestas de los sabios y espirituales Padres y venga sobre nosotros su digna memoria, para que podamos mostrar con obras los relatos de sus vidas, para que convertidos y hechos inmaculados, perfectos e irreprensibles, agrademos a nuestro Salvador. Al que sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

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