viernes, 11 de mayo de 2018

5.- María, protectora de la Orden Franciscana.


Las reflexiones precedentes han demostrado que en toda su vida interior y exterior Francisco se sentía particularmente ligado a la Madre de Dios. El santo expresó esta vinculación en la forma propia del tiempo y según le nacía de su personalidad.
San Buenaventura cuenta que en los primeros años después de su conversión, Francisco vivía a gusto en la Porciúncula, la iglesita de la Virgen Madre de Dios, y le pedía en sus fervorosas oraciones que fuera para él una «abogada» llena de misericordia (LM 3,1). Poniendo en ella toda su confianza, «la constituyó abogada suya y de todos sus hermanos» (LM 9,3). Tomás de Celano refiere lo mismo al hablar de los últimos años del santo: «Pero lo que más alegra es que la constituyó abogada de la orden y puso bajo sus alas, para que los nutriese y protegiese hasta el fin, los hijos que estaba a punto de abandonar» (2 Cel 198).
En el lenguaje medieval la palabra «advocata» tenía el sentido de protectora. El protector representaba en el tribunal secular al monasterio a él confiado. Debía protegerlo y, en caso de necesidad, defenderlo de las violencias y usurpaciones exteriores. Sin embargo, con el tiempo hubo abusos e inconvenientes. Por eso los Cistercienses renunciaron sistemáticamente, no siempre con fortuna, a dichos protectores. Y eligieron a la Virgen como protectora de su orden. Es verdad que este título, aplicado a María (31), aparecía en la antífona que comienza «Salve, Regina misericordiae» (32) y que es anterior a este hecho. No obstante, parece que tiene su importancia recordar que los Cistercienses en su capítulo general de 1218 determinaron cantar diariamente esta antífona. San Francisco la conocía y la tenía en alta estima, como nos demuestra el relato de Celano al que todavía hemos de referirnos (3 Cel 106).
Para Francisco y para los hermanos menores, que habían renunciado a toda propiedad terrena, este término podía tener desde luego sólo una significación espiritual. María debía representar a los hermanos menores ante el Señor; debía cuidar de los mismos y protegerlos en todas las circunstancias difíciles y problemas de su vida (33). Debía intervenir en su favor, cuando ellos no pudieran valerse. Francisco se dirige a la «gloriosa madre y beatísima Virgen María» para pedirle que junto con todos los ángeles y santos le ayuden a él y a todos los hermanos menores a dar gracias al sumo Dios verdadero, eterno y vivo, como a Él le agrada (1 R 23,6), por el beneficio de la redención y salvación; que ella, en la cumbre de toda la Iglesia triunfante, presente en lugar nuestro este agradecimiento a la eterna Trinidad. Después que a Dios, trino y único Señor, y antes que a todos los santos confiesa él «a la bienaventurada María, perpetua virgen» todos sus pecados, particularmente las faltas cometidas contra la vida según el evangelio tal como lo exige la regla, y en lo referente a la alabanza de Dios por no haber dicho el oficio, según manda la regla, por negligencia, o por enfermedad, o por ser ignorante e indocto (34). Por estas faltas contra Dios, lleno de confianza se dirige a su «abogada», para que interceda ella en su favor.

Esta petición aparece también en la Paráfrasis del Padrenuestro, que, aunque con seguridad no es obra de san Francisco, sin embargo la ha rezado el santo muy a placer y con mucha frecuencia: «Y perdónanos nuestras deudas: por tu inefable misericordia, por la virtud de la pasión de tu amado Hijo y, por los méritos e intercesión de la beatísima Virgen y de todos tus elegidos» (ParPN 7). Suplica insistentemente a ella, la criatura elegida y colmada de gracia con preferencia a toda otra, que interceda en su favor ante el «santísimo Hijo amado, Señor y maestro» (OfP Ant 2). La única vez que Francisco alude a Cristo como a «Señor y maestro» en el Oficio de la pasión, que recitaba a diario (OfP introducción), es en la antífona de dicho oficio; ciertamente la razón es que, en la oración que hace mediante este oficio, no busca él sino la imitación de Cristo, cuya fiel realización pide por intercesión de María, ya que la identificación que se dio entre María y Cristo era para Francisco la meta última de su vida evangélica.
Estos pensamientos tomados de los escritos del santo coinciden en cuanto al contenido con lo que en rimas artísticas cantó el poeta de Francisco, Enrique de Avranches, pocos decenios después de la muerte del santo. Cuando los hermanos piden a Francisco que les enseñe a orar, él les responde: «Al estar todos envueltos en pecados, no puede vuestra oración elevarse al cielo por méritos vuestros. Tendrá ella que apoyarse en el patrocinio de los santos. Ante todo sea la bienaventurada Virgen la mediadora ante Cristo, y sea Cristo el mediador ante el Padre» (35). Sin duda ha quedado aquí formulado lo que Francisco intentó expresar en aquel lenguaje rudo que era con frecuencia el suyo.
Este segundo aspecto de la piedad práctica de Francisco revela también que en toda su piedad hay una ordenación verdadera y viva: María, la «abogada», es para él la que maternalmente conduce a Cristo, el Dios-hombre, y Cristo es para él el mediador único en todas las cosas ante el Padre. ¿Puede haber una fórmula más exacta y precisa: María «mediatrix ad Christum» y Cristo «mediator ad Patrem»?

http://www.franciscanos.org/virgen/kesser.html

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