Las reflexiones precedentes han demostrado
que en toda su vida interior y exterior Francisco se sentía
particularmente ligado a la Madre de Dios. El santo expresó esta
vinculación en la forma propia del tiempo y según le nacía
de su personalidad.
San Buenaventura cuenta que en los primeros
años después de su conversión, Francisco vivía a
gusto en la Porciúncula, la iglesita de la Virgen Madre de Dios, y le
pedía en sus fervorosas oraciones que fuera para él una
«abogada» llena de misericordia (LM 3,1). Poniendo en ella toda su
confianza, «la constituyó abogada suya y de todos sus
hermanos» (LM 9,3). Tomás de Celano refiere lo mismo al hablar de
los últimos años del santo: «Pero lo que más alegra
es que la constituyó abogada de la orden y puso bajo sus alas, para que
los nutriese y protegiese hasta el fin, los hijos que estaba a punto de
abandonar» (2 Cel 198).
En el lenguaje medieval la palabra
«advocata» tenía el sentido de protectora. El protector
representaba en el tribunal secular al monasterio a él confiado.
Debía protegerlo y, en caso de necesidad, defenderlo de las violencias y
usurpaciones exteriores. Sin embargo, con el tiempo hubo abusos e
inconvenientes. Por eso los Cistercienses renunciaron sistemáticamente,
no siempre con fortuna, a dichos protectores. Y eligieron a la Virgen como
protectora de su orden. Es verdad que este título, aplicado a
María (31), aparecía en la antífona que comienza
«Salve, Regina misericordiae» (32) y que es anterior a este hecho. No
obstante, parece que tiene su importancia recordar que los Cistercienses en su
capítulo general de 1218 determinaron cantar diariamente esta
antífona. San Francisco la conocía y la tenía en alta
estima, como nos demuestra el relato de Celano al que todavía hemos de
referirnos (3 Cel 106).
Para Francisco y para los hermanos menores,
que habían renunciado a toda propiedad terrena, este término
podía tener desde luego sólo una significación espiritual.
María debía representar a los hermanos menores ante el
Señor; debía cuidar de los mismos y protegerlos en todas las
circunstancias difíciles y problemas de su vida (33). Debía
intervenir en su favor, cuando ellos no pudieran valerse. Francisco se dirige a
la «gloriosa madre y beatísima Virgen María» para
pedirle que junto con todos los ángeles y santos le ayuden a él y
a todos los hermanos menores a dar gracias al sumo Dios verdadero, eterno y
vivo, como a Él le agrada (1 R 23,6), por el beneficio de la
redención y salvación; que ella, en la cumbre de toda la Iglesia
triunfante, presente en lugar nuestro este agradecimiento a la eterna Trinidad.
Después que a Dios, trino y único Señor, y antes que a
todos los santos confiesa él «a la bienaventurada María,
perpetua virgen» todos sus pecados, particularmente las faltas cometidas
contra la vida según el evangelio tal como lo exige la regla, y en lo
referente a la alabanza de Dios por no haber dicho el oficio, según
manda la regla, por negligencia, o por enfermedad, o por ser ignorante e
indocto (34). Por estas faltas contra Dios, lleno de confianza se dirige a su
«abogada», para que interceda ella en su favor.
Esta petición aparece también
en la Paráfrasis del Padrenuestro, que, aunque con seguridad no es obra
de san Francisco, sin embargo la ha rezado el santo muy a placer y con mucha
frecuencia: «Y perdónanos nuestras deudas: por tu inefable
misericordia, por la virtud de la pasión de tu amado Hijo y, por los
méritos e intercesión de la beatísima Virgen y de todos
tus elegidos» (ParPN 7). Suplica insistentemente a ella, la criatura
elegida y colmada de gracia con preferencia a toda otra, que interceda en su
favor ante el «santísimo Hijo amado, Señor y maestro»
(OfP Ant 2). La única vez que Francisco alude a Cristo como a
«Señor y maestro» en el Oficio de la pasión, que
recitaba a diario (OfP introducción), es en la antífona de dicho
oficio; ciertamente la razón es que, en la oración que hace
mediante este oficio, no busca él sino la imitación de Cristo,
cuya fiel realización pide por intercesión de María, ya
que la identificación que se dio entre María y Cristo era para
Francisco la meta última de su vida evangélica.
Estos pensamientos tomados de los escritos
del santo coinciden en cuanto al contenido con lo que en rimas
artísticas cantó el poeta de Francisco, Enrique de Avranches,
pocos decenios después de la muerte del santo. Cuando los hermanos piden
a Francisco que les enseñe a orar, él les responde: «Al
estar todos envueltos en pecados, no puede vuestra oración elevarse al
cielo por méritos vuestros. Tendrá ella que apoyarse en el
patrocinio de los santos. Ante todo sea la bienaventurada Virgen la mediadora
ante Cristo, y sea Cristo el mediador ante el Padre» (35). Sin duda ha
quedado aquí formulado lo que Francisco intentó expresar en aquel
lenguaje rudo que era con frecuencia el suyo.
Este segundo aspecto de la piedad
práctica de Francisco revela también que en toda su piedad hay
una ordenación verdadera y viva: María, la «abogada»,
es para él la que maternalmente conduce a Cristo, el Dios-hombre, y
Cristo es para él el mediador único en todas las cosas ante el
Padre. ¿Puede haber una fórmula más exacta y precisa:
María «mediatrix ad Christum» y Cristo «mediator ad
Patrem»?
http://www.franciscanos.org/virgen/kesser.html
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