Antonio, un padre de
familia, cierto día, cuando regresaba del trabajo, se encontró con un embotellamiento de
tránsito infernal y notó que un señor conducía apresuradamente, cortándole el paso a
todo el que podía al tratar de abrirse paso entre los vehículos.
Cuando se aproximó al automóvil de Antonio, se le atravesó de una manera tan brusca que por poco ocurre una colisión. En
ese momento, Antonio tuvo deseos de insultarlo e impedirle el paso, pero luego pensó: -
¡El pobre! Está tan nervioso y apurado... ¡Sabrá Dios si tiene un problema serio y
necesita llegar cuanto antes a su destino!
Con estos pensamientos, decidió cederle el paso. Al llegar a casa, Antonio recibió la
noticia de que su hijo de tres años había sufrido un grave accidente y había sido
llevado al hospital por su esposa.
Inmediatamente, se dirigió al hospital. Al llegar, su esposa corrió a sus brazos y lo
tranquilizó diciéndole:
- Gracias a Dios todo está bien. El médico llegó justo a tiempo para salvar la vida de
nuestro hijo; ya está fuera de peligro. Aliviado, Antonio pidió hablar con el médico
para agradecérselo. Cuál sería su sorpresa cuando vio que el médico era ese señor
nervioso y apurado a quien le había cedido el paso casi una hora antes.
Hay que estar siempre dispuesto a ayudar al prójimo, independientemente de su apariencia
o condición económica. Trate de ver a los demás más allá de las apariencias. Imagine
que, detrás de esa actitud que no entiende, existe una historia, un motivo que puede
llevar a esa persona a actuar de una manera determinada. Quizás a veces no sea un motivo
justificable pero... siempre hay un motivo.
Web católico de Javier
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