La prudencia es una de esas virtudes de las que apenas se habla y que, sin
embargo, resulta ser una clave en el dificílisimo arte de ordenarnos
rectamente en nuestra relación con el prójimo. No nacemos prudentes,
pero debemos hacernos prudentes por el ejercicio de la virtud. Y no es
tarea fácil.
El pensamiento puede descarriarse como se descarría la voluntad, porque
está expuesto a las mismas pasiones y a los mismos condicionamientos.
Pensar y bien exige una gran atención, no sólo sobre las cosas, sino
principalmente sobre nosotros mismos.
Hay que saber estar atentos sobre las razones, pero mucho más sobre
nuestras pasiones que son las que nos impulsan al error. Porque los
hombres solemos errar por precipitación en nuestros juicios, afirmando
cosas que la razón no ve claras, pero que estamos impulsados a afirmar
como desahogo de nuestras pasiones. Quien no sabe controlar sus
pasiones, tampoco sabrá controlar sus razones y se hace responsable
moral de sus yerros.
La
razón es la que ha de regir nuestra conducta en la verdad y por eso la
prudencia es la primera de las virtudes cardinales. Pero la verdad
requiere tener sosegada el alma para conseguir tener sosegada la mente
con objetivas razones.
http://webcatolicodejavier.org/prudencia.html
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