La
pregunta me deja un poco inquieto. Porque sé que el "año nuevo" es
simplemente una hoja de calendario, un cambio en los números, una simple
tradición humana. Porque el tiempo escapa a nuestro control, y fluye
sin cesar.
Pero casi todos, al llegar el año nuevo, damos una mirada al año que termina y soñamos en el año que comienza.
Lo
pasado queda allí: fijo, inmodificable, casi pétreo. Con sus momentos
buenos y sus fracasos, con sus sueños realizados y con los sueños que se
evaporaron en el vacío, con las ayudas que me ofrecieron y con las
ayudas que pude ofrecer a otros, con mis omisiones y mis cobardías.
Lo futuro inicia, como inició ayer, como inició hace un mes, como iniciará mañana.
Cada
instante se presenta como una oportunidad que en parte depende de mi
prudencia y de mis decisiones. En otra buena parte, depende de las
decisiones de otros. En los dos casos, y aunque no siempre nos demos
cuenta, depende de Dios.
De
nuevo, ¿qué deseo en un año nuevo? Desearía la paz en Tierra Santa.
Para que nadie privase a nadie de su tierra, de su casa, de su familia.
Para que las religiones fueran vividas como lo que son: un camino para
unir a los hombres bajo la luz de Dios. Para que la tierra donde vivió,
murió y resucitó Cristo testimoniase con un estilo de vida nuevo la gran
belleza del Evangelio.
Luego,
desearía la paz en tantos lugares del planeta. Especialmente en África,
donde todavía unos poderosos venden armas para la muerte pero no
ofrecen comida para los hambrientos.
Querría,
además, que desapareciese el aborto en todos los países del mundo. Lo
cual no es ningún sueño imposible: basta con aprender a vivir
responsablemente la vocación al amor para que ningún hijo sea visto como
un “enemigo” o un obstáculo en el camino de la propia vida. Porque lo
mejor que podemos hacer es vivir para los demás. Porque cada niño pide
un poquito de amor y de respeto. Porque cada madre que ha empezado a
serlo merece ayuda y apoyo, para que no le falten las cosas que más
necesite durante los meses de embarazo y los primeros años de su hijo.
En
este nuevo año me gustaría dialogar con quien piensa de modo distinto
en un clima de respeto, sin insultos, sin desprecios, sin zancadillas.
Porque si él y si yo somos humanos, porque si él y si yo queremos
encontrar la verdad, podemos ayudarnos precisamente con una palabra
nacida desde los corazones que saben escucharse y, más a fondo, que
saben amarse...
El
año que inicia querría tener más energías, más entusiasmo, más
convicción, para enseñar a los otros lo que para mí es el tesoro
verdadero: mi fe católica. Enseñarla, sobre todo, con mi vida. Querría
ser, en ese sentido, más coherente, más bueno, más abierto, más
disponible, más cercano.
Especialmente cuando me encuentre con un pobre,
con un enfermo, con una persona triste o desesperada, con quien llora
porque sabe lo que muchos no se atreven a reconocer: que ha pecado.
Porque sólo cuando me pongo ante mis faltas con honestidad clara y
completa, descubro mi miseria y comprendo la de los otros. Y porque
cuando reconozco mi miseria y la ajena puedo entender que necesitamos al
único que puede limpiarnos con su palabra llena de perdón y de
esperanza: Dios.
P. Fernando Pascual LC
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