miércoles, 9 de mayo de 2018

Oh María Madre Mía.



¡Oh Señora mía, oh Madre mía!,
yo me entrego del todo a Ti
y en prueba de mi afecto,
con amor filial te consagro en este día:
todo lo que soy, todo lo que tengo.
Guarda y protege, y también defiende
a este hijo tuyo, que así sea.
Amén


Ana Isabel

3.- María y el plan de la salvación


Siendo María la madre de Jesús, Francisco la honraba especialmente como «madre de toda bondad» (1 Cel 21). Fue lo que le indujo a establecerse junto a la ermita de la Madre de Dios en la Porciúncula. Todo lo esperaba de su bondad. «Después de Cristo, depositaba principalmente en ella su confianza» (LM 9,3).
Según esta profunda frase de san Buenaventura, Francisco concibió y dio a luz el espíritu de la verdad evangélica en esta iglesita, por los méritos de la madre de la misericordia. El santo doctor subraya esta explicación aludiendo a que esto ocurrió al amparo de aquella que «engendró al Verbo lleno de gracia y de verdad» (LM 3,1; cf. Lm 7,3). Con esta alusión se ha tocado con seguridad lo más profundo acerca del amor y veneración marianos en Francisco. Esta devoción no termina en ardientes oraciones ni en cánticos de alabanza; se realiza más bien y llega a su culminación en el esfuerzo de Francisco por asimilar en todo la actitud de María ante el Verbo de Dios (16). Como primera cosa, el «concepit», «concibió»: como María, el hombre debe acoger al Verbo de Dios, aceptarlo en actitud de obediencia creyente y dejarse llenar totalmente de Él. Pero el «concepit» -y este es el segundo momento- debe convertirse en «peperit», «dio a luz»: el hombre, obediente y creyente, de nuevo como María, debe dar a luz al Verbo de Dios, darle vida y forma. San Buenaventura atribuye estos dos momentos a María y Francisco. No podía él expresar y explicar con mayor acierto y profundidad la fundamental actitud mariana que existía en la vida evangélica de san Francisco.
No; san Buenaventura no introdujo en la vida de Francisco pensamientos teológicos extraños. Lo demuestra palmariamente la magnífica carta que Francisco escribió a los fieles de todo el mundo, en la que desarrolló abundantemente los pensamientos de su corazón (2CtaF 4-15, 15-60-, 63-71). En ella (v. 4) el santo describe el nacimiento del Verbo divino de las entrañas de la santa y gloriosa Virgen María. Pero este nacimiento divino no acontece sólo en María; debe realizarse también en los corazones de los fieles. Los Padres de la Iglesia, desde Hipólito y Orígenes, meditaron largamente sobre este íntimo misterio de la vida cristiana y trataron de aclararlo con explicaciones siempre nuevas (H. Rahner). En la misma citada carta (v. 53), Francisco hace un comentario muy condensado en un lenguaje que le es propio: somos «madres, cuando lo llevamos en el corazón y en nuestro cuerpo por el amor y por una conciencia pura y sincera; lo alumbramos por las obras santas, que deben ser luz para ejemplo de otros».
En un primer momento podría parecer que estas palabras representan una visión ascética del misterio, que remontaría a san Ambrosio y que fue la que privó en el occidente hasta la edad media (H. Rahner). Pero se ha de tener en cuenta que poco antes (v. 51) Francisco ha dicho algo que no se puede separar de lo que ha afirmado acerca de la maternidad espiritual: «Somos esposos [de Cristo] cuando el alma fiel se une, por el Espíritu Santo, a Jesucristo». El misterio de la maternidad espiritual se funda y radica en el misterio del desposorio que se le regala al alma fiel mediante el Espíritu Santo (17) y que no se desarrolla por un esfuerzo voluntarista y ascético. Es un don gratuito del amor de Dios en el Espíritu Santo.
Si Francisco canta a la Madre de Dios como «esposa del Espíritu Santo», también coloca junto a la maternidad del alma fiel su desposorio en el Espíritu Santo (18). Es Él quien por su gracia y por su iluminación infunde todas las virtudes en los corazones de los fieles, para de infieles hacerlos fieles (SalVM 6). Tampoco es de casualidad que esta alusión se encuentre en el Saludo a la bienaventurada Virgen María. Así como por la acción del Espíritu Santo el Verbo del Padre se hizo carne en María, de modo análogo la gracia y la iluminación del mismo Espíritu engendran a Cristo en las almas, y las van conformando a una vida cada vez más cristiana (19), hasta que, como dice la misma carta en su v. 67, por tener en sí al Hijo de Dios, llegan a poseer la sabiduría espiritual, pues el Hijo es la sabiduría del Padre.
Pero el nacimiento de Dios en el corazón de los fieles es sólo un aspecto de esta maternidad. Francisco indica también otro: en fuerza de esta vida cristiana, es decir, «por las obras santas, que deben ser luz para ejemplo de otros», Cristo es engendrado en los otros hombres. De esta forma, la función maternal de la vida cristiana, como testimonio vivo, se extiende a la Iglesia (20). Francisco habló de buen grado y con frecuencia acerca de esta misión maternal de los fieles en la Iglesia; así, por ejemplo, cuando, aplicando a sus hermanos, sencillos e ignorantes, las palabras de la sagrada Escritura: «la estéril tuvo muchos hijos» (1 Sam 2,5), las explica de la forma siguiente: «Estéril es mi hermano pobrecillo, que no tiene el cargo de engendrar hijos en la Iglesia. Ese parirá muchos en el día del juicio, porque a cuantos convierte ahora con sus oraciones privadas, el Juez los inscribirá entonces a gloria de él» (21).
Lo que se realizó en la maternidad de María para la salvación del mundo se prolonga en los corazones de los fieles, por la acción sobrenatural del Espíritu Santo. En última instancia se trata del misterio mismo de la Iglesia, del que participan los fieles. Francisco se sabe agraciado con el mismo don gratuito que admira en María. Y este don, concedido a él y a sus hermanos, lo considera como tarea en la Iglesia. María es para él, ante todo y sobre todo, Madre de Cristo, y por esto la ama amarteladamente. Madre de Cristo son también para él los fieles «que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica» (Lc 8,21), y de esta manera participan de la misión de la Madre Iglesia.
Así vista la devoción mariana de Francisco, la podemos condensar en esta fórmula: vivir en la Iglesia como vivió María.

La realización de la obra de la salvación y su transmisión -de ello se trata en la devoción mariana de Francisco- tiene como fin hacer visible en el misterio de la encarnación del Verbo la divinidad invisible. Pero Francisco conoce otra forma de hacerse visible el Dios invisible: la que él tanto aprecia y venera en la santísima eucaristía. Tal como dice en su primera Admonición, donde late una clara oposición a la herejía cátara contemporánea, en la eucaristía se ha de ver en fe a aquel que, siendo hombre, dijo a sus discípulos: «El que me ve a mí, ve también a mi Padre» (Jn 14,9). Por eso exclama san Francisco: «Por eso, ¡oh hijos de los hombres!, ¿hasta cuándo seréis duros de corazón? ¿Por qué no reconocéis la verdad y creéis en el Hijo de Dios? Ved que diariamente se humilla (22), como cuando desde el trono real descendió al seno de la Virgen; diariamente viene a nosotros Él mismo en humilde apariencia; diariamente desciende del seno del Padre al altar en manos del sacerdote». Pero también aquí indica Francisco que depende del «Espíritu del Señor», «que habita en sus fieles», el poder participar de ese misterio, el poder creer en él «secundum spiritum», «según el espíritu». Esta advertencia nos muestra que no ha sido por casualidad que Francisco haya hecho mención de la encarnación de Cristo en María. Porque se abrió sin reservas a la acción del Espíritu Santo -podemos recordar de nuevo a la «esposa del Espíritu Santo»-, pudo mediante María convertirse en visible y palpable el Dios invisible. Y el que, como ella, se abre con fe al Espíritu del Señor, contemplará «con ojos espirituales» al mismo Señor en el misterio de la eucaristía, será colmado por Él y se hará un espíritu con Él (cf. 1 Cor 6,17). En este misterio verá unitariamente el comienzo y el fin de la obra de la salvación, pues «de esta manera está siempre el Señor con sus fieles, como Él mismo dice: Ved que estoy con vosotros hasta la consumación del siglo» (Adm 1,22).

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martes, 8 de mayo de 2018

Jóvenes...

"Traten de descubrir su lugar en la Iglesia y su misión como jóvenes"
Cristina Alvarenga


Recuerda hermano...recuerda!!!



2.- María y la santísima Trinidad

El misterio de la maternidad divina eleva a María sobre todas las demás criaturas y la coloca en una relación vital única con la santísima Trinidad.
María lo recibió todo de Dios. Francisco lo comprende muy claramente. Jamás brota de sus labios una alabanza de María que no sea al mismo tiempo alabanza de Dios, uno y trino, que la escogió con preferencia a toda otra criatura y la colmó de gracia. Francisco no ve ni contempla a María en sí misma, sino que la considera siempre en esa relación vital concreta que la vincula con la santísima Trinidad: «¡Salve, Señora, santa Reina, santa Madre de Dios, María, Virgen hecha iglesia, y elegida por el santísimo Padre del cielo, consagrada por Él con su santísimo Hijo amado, y el Espíritu Santo Paráclito; que tuvo y tiene toda la plenitud de la gracia y todo bien!» (13). También esto nos deja ver que cuanto Francisco dice de la Virgen y las alabanzas que le dirige, todo nace de ese misterio central de la vida de María, de su maternidad divina; pero ésta es la obra de Dios en ella, la Virgen. Incluso la perpetua virginidad de María ha de ser comprendida sólo en relación con su maternidad divina. La virginidad hace de ella el vaso «puro», donde Dios puede derramarse con la plenitud de su gracia, para realizar el gran misterio de la encarnación. La virginidad no es, pues, un valor en sí -muy fácilmente podría significar esterilidad-, sino pura disponibilidad para la acción divina que la hace fecunda de forma incomprensible para el hombre: «consagrada por Él con su santísimo Hijo amado y el Espíritu Santo Paráclito».
Esta fecundidad es mantenida por la acción de Dios-Trinidad: «que tuvo y tiene toda la plenitud de la gracia y todo bien».
Esta relación vital entre María y la Trinidad la expresa Francisco aún más claramente en la antífona compuesta por el santo para su oficio, llamado con poca exactitud Oficio de la pasión del Señor, antífona que quería se rezara en todas las horas canónicas: «Santa Virgen María, no ha nacido en el mundo entre las mujeres ninguna semejante a ti, hija y esclava del altísimo Rey sumo y Padre celestial, madre de nuestro santísimo Señor Jesucristo, esposa del Espíritu Santo» (OfP Ant). También estas afirmaciones se fundan en lo que la gracia de Dios ha obrado en María. Las alabanzas a la Virgen son al mismo tiempo alabanzas y glorificación de aquel que tuvo a bien realizar tantas maravillas en una criatura humana.

Si los dos primeros atributos son claros e inteligibles sin más, y se usaron con frecuencia en la tradición anterior de la Iglesia, tendremos que detenernos un poco más en el tercero, «esposa del Espíritu Santo», tan común hoy día. Lampen, después de un minucioso estudio de los seiscientos títulos aplicados a María por autores eclesiásticos de Oriente y Occidente, recogidos por C. Passaglia en su obra De Immaculato Deiparae Virginis conceptu (14), hace constar que no aparece entre ellos este título. Esto le hace suponer con un cierto derecho que fue san Francisco el primero en emplearlo (15). Como tantas otras veces, también en este caso pudo Francisco haber penetrado con profundidad en lo que el evangelio dice de María, y haber expresado claramente en su oración lo que veladamente se contenía en el anuncio del ángel según san Lucas (Lc 1,35). María se convierte en madre de Dios por obra del Espíritu Santo. Ya que ella, la Virgen, se abrió sin reservas -o, para decirlo con san Francisco, en «total pureza»- a esta acción del Espíritu, en calidad de «esposa del Espíritu Santo» llegó a ser madre del Hijo de Dios. Esta manera de ver estos misterios nos puede descubrir en Francisco un fruto de su oración contemplativa. Según Tomás de Celano, «tenía tan presente en su memoria la humildad de la encarnación..., que difícilmente quería pensar en otra cosa» (1 Cel 84). Por eso no se cansaba de sumergirse en este misterio por medio de la oración. Podía pasar toda la noche en oración «alabando al Señor y a la gloriosísima Virgen, su madre» (1 Cel 24).
Todo esto lo inundaba de una inmensa veneración y era para él la más íntima y pura realidad de Dios. En todo esto redescubría a Dios en su acción incomparable; y esta consideración lo hacía caer de rodillas para una oración de alabanza y agradecimiento. Esta acción del divino amor, que María había acogido y aceptado con un corazón tan creyente, la elevaba, según Francisco, sobre todas las criaturas a la más íntima proximidad de Dios. Por esto, Francisco ensalzaba tanto a la «Señora, santa Reina», proclamándola «Señora del mundo» (LM 2,8).

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lunes, 7 de mayo de 2018

Vale la Pena...

Vale la pena... cada espina, cada rosa... cada lágrima que riega lo que florecerá en sonrisa... porque la Vida es maravillosa por ella misma... no importan las penas no importa el desamor... porque pasa... todo pasa y el sol vuelve a brillar...
Hay momentos que sentimos que todo está mal, que nuestras vidas se hunden en un abismo tan profundo, que no se alcanza a ver ni un pequeño resquicio por el que pase la luz.
En esos momentos debemos tomar todo nuestro amor, nuestro coraje, nuestros sentimientos, nuestra fuerza y luchar por salir adelante.
Muchas veces nos hemos preguntado si vale la pena entusiasmarnos de nuevo, y solo puedo contestar una cosa: Hagamos que nuestra vida valga la pena.

Vale la pena sufrir, porque he aprendido a amar con todo el corazón.

Vale la pena entregar todo, porque cada sonrisa y lágrima son sinceras.

Vale la pena agachar la cabeza y bajar las manos, porque al levantarlas seré mas fuerte de corazón.

Vale la pena una lágrima, porque es el filtro de mis sentimientos, a través de ella me reconozco frágil y me muestro tal cual soy.

Vale la pena cometer errores, porque me da mayor experiencia y objetividad.

Vale la pena volver a levantar la cabeza, porque una sola mirada puede llenar ese espacio vacío.

Vale la pena volver a sonreír, porque eso demuestra que he aprendido algo más.

Vale la pena acordarme de todas las cosas malas que me han pasado, porque ellas forjaron lo que soy el día de hoy.

Vale la pena mirar hacia atrás, porque así sé que he dejado huella en los demás.

Vale la pena vivir, porque cada minuto que pasa es una oportunidad de volver a empezar.

Todo esto son solo palabras, letras entrelazadas con el único fin de dar una idea. Lo demás, depende de cada uno de nosotros.

Dejemos que nuestras acciones hablen por nosotros.  Hagamos que nuestra vida valga la pena. Seamos felices... ¿Verdad que vale la pena?

Web católico de Javier

1.- San Francisco y la Sma. Virgen María.

 Mucho se ha solido hablar del amor de san Francisco a María; y muchos han sido los que en tono encendido lo han celebrado (1). Las más de las veces los que han tratado el tema se han limitado a reunir con más o menos sentido crítico lo que las diversas tradiciones franciscanas nos han legado acerca de la devoción mariana del santo. Como es natural, en estos trabajos se ha podido atribuir a Francisco lo que generaciones posteriores de buen grado hubieran querido ver en él para poder ensalzarlo (2). A esto se ha de añadir que con frecuencia se ha considerado demasiado aisladamente la devoción mariana del santo. Ni se trataba de situarla en el conjunto de la vida espiritual de san Francisco, ni se buscaban en la vida de la Iglesia las raíces de una devoción que se hundía en tiempos más remotos que los de Bernardo de Claraval (3). Por todo ello, puede parecer conveniente dedicar una particular atención a la piedad mariana del santo de Asís (4).
Este estudio no se propone «a priori» metas muy elevadas, porque se ha de reconocer honradamente que san Francisco no fue teólogo de escuela. No se puede, por consiguiente, esperar de él expresiones claramente formuladas a nivel de escuela teológica acerca de María. Carece de sentido pretenderlo de un santo sin letras. También en éste, como en otros campos, Francisco es hijo de su tiempo, fuertemente condicionado por la vida espiritual y religiosa contemporánea. A través de la predicación y con una fe absoluta va él asimilando las verdades acerca de la Madre de Dios; sobre ellas va creciendo su piedad mariana.
Por testimonios unánimes de sus biógrafos, sabemos que Francisco era amartelado devoto de la Virgen, y que su devoción era superior a la corriente. Su piedad mariana no era producto de la ciencia de los libros, sino de la oración y la meditación cada vez más profunda del misterio de María y del puesto excepcional que ella ocupa en la obra de la salvación (5).
Lo que él dijo e hizo como fruto de esa oración y devoción, lleva un sello tan personal y está acuñado de tal forma con su originalidad espiritual, que aún hoy se merece una atención especial.
I. Estructura teológica de la devoción mariana de San Francisco
«Rodeaba de amor indecible a la madre de Jesús, por haber hecho hermano nuestro al Señor de la majestad» (2 Cel 198), «y por habernos alcanzado misericordia» (LM 9,3).
1.-- María y Cristo
 
Estas sencillas palabras de sus biógrafos expresan el motivo más profundo de la devoción de san Francisco a la Virgen.
Puesto que la encarnación del Hijo de Dios constituía el fundamento de toda su vida espiritual, y a lo largo de su vida se esforzó con toda diligencia en seguir en todo las huellas del Verbo encarnado, debía mostrar un amor agradecido a la mujer que no sólo nos trajo a Dios en forma humana, sino que hizo «hermano nuestro al Señor de la majestad» (6). Esto hacía que ella estuviera en íntima relación con la obra de nuestra redención; y le agradecemos el que por su medio hayamos conseguido la misericordia de Dios.
Francisco expresa esta gratitud en su gran Credo, cuando, al proclamar las obras de salvación, dice: «Omnipotente, santísimo, altísimo y sumo Dios, Padre santo y justo, Señor rey del cielo y de la tierra, te damos gracias por ti mismo... Por el santo amor con que nos amaste, quisiste que Él, verdadero Dios y verdadero hombre, naciera de la gloriosa siempre Virgen beatísima santa María» (1 R 23,1-3).
Aquí, «el homenaje que el hombre rinde a la majestad divina desde lo más profundo de su ser», característica de la antigua edad media, se funde en desbordante plenitud con el amor reconocido del hombre atraído a la intimidad de Dios. Otro tanto sucede en el salmo navideño que Francisco, a tono con la piedad sálmica de la primera edad media, compuso valiéndose de los himnos redactados por los cantores del Antiguo Testamento: «Glorificad a Dios, nuestra ayuda; cantad al Señor, Dios vivo y verdadero, con voz de alegría. Porque el Señor es excelso, terrible, rey grande sobre toda la tierra. Porque el santísimo Padre del cielo, nuestro rey antes de los siglos, envió a su amado Hijo de lo alto, y nació de la bienaventurada Virgen santa María. Él me invocó: "Tú eres mi Padre"; y yo lo haré mi primogénito, el más excelso de los reyes de la tierra» (7).
Con alabanza desbordante de alegría, Francisco da gracias al Padre celestial por el don de la maternidad divina concedido a María. Este es el primero y más importante motivo de su devoción mariana: «Escuchad, hermanos míos; si la bienaventurada Virgen es tan honrada, como es justo, porque lo llevó en su santísimo seno...» (CtaO 21). En aquella época campeaba por sus respetos la herejía cátara, que, aferrada a su principio dualista, explicaba la encarnación del Hijo de Dios en sentido docetista y, por consiguiente, anulaba la participación de María en la obra de la salvación. Para manifestar su oposición a la herejía, Francisco, devoto de María, no se cansaba de proclamar, con extrema claridad, la verdad de la maternidad divina real de María: «Este Verbo del Padre, tan digno, tan santo y glorioso, anunciándolo el santo ángel Gabriel, fue enviado por el mismo altísimo Padre desde el cielo al seno de la santa y gloriosa Virgen María, y en él recibió la carne verdadera de nuestra humanidad y fragilidad» (8). Y en el Saludo a la bienaventurada Virgen María celebra esta verdadera y real maternidad con frases siempre nuevas, dirigiéndose a ella de un modo exquisitamente concreto y expresivo, llamándola: «palacio de Dios», «tabernáculo de Dios», «casa de Dios», «vestidura de Dios», «esclava de Dios», «Madre de Dios» (9).
Estos calificativos, tan altamente realistas, nos dan a comprender con qué celo tan grande defiende ortodoxamente Francisco la figura auténtica de María en una cristiandad tan fuertemente amenazada por la herejía.
No estará de más recordar aquí que el santo no trató de combatir la herejía con la lucha o la confrontación, sino con la oración. Tal vez también en esto seguía el mismo principio que estableció respecto al honor de Dios: «Y si vemos u oímos decir o hacer mal o blasfemar contra Dios, nosotros bendigamos, hagamos bien y alabemos a Dios, que es bendito por los siglos» (1 R 17,19).
Cosa sorprendente: la mayor parte de las afirmaciones de Francisco sobre la Madre de Dios se encuentran en sus oraciones y cantos espirituales. A su aire, sigue con sencillez y simplicidad la exhortación del Apóstol: «No os dejéis vencer por el mal, sino venced el mal con el bien» (Rom 12,21).
Tal vez esto explique su exquisita predilección por la fiesta de navidad y su amor al misterio navideño: «Con preferencia a las demás solemnidades, celebraba con inefable alegría la del nacimiento del niño Jesús; la llamaba fiesta de las fiestas, en la que Dios, hecho niño pequeñuelo, se crió a los pechos de madre humana» (10).
Esta «preferencia» parece advertirse también en su ya mencionado salmo de navidad: «En aquel día, el Señor Dios envió su misericordia, y en la noche su canto. Este es el día que hizo el Señor; alegrémonos y gocémonos en él. Porque se nos ha dado un niño santísimo amado y nació por nosotros fuera de casa y fue colocado en un pesebre, porque no había sitio en la posada. Gloria al Señor Dios de las alturas, y en la tierra, paz a los hombres de buena voluntad. Alégrese el cielo y exulte la tierra, conmuévase el mar y cuanto lo llena; se gozarán los campos y todo lo que hay en ellos. Cantadle un cántico nuevo, cante al Señor toda la tierra» (11).
Pero Francisco da todavía un paso más importante. En la conocida celebración de la navidad en Greccio trata de explicar a los fieles con evidencia tangible este misterio, y habla profundamente emocionado del Niño de Belén (véase el relato completo en 1 Cel 84-86). A este propósito es de una claridad meridiana la conclusión del relato de Tomás de Celano: «Un varón virtuoso tiene una admirable visión. Había un niño que, exánime, estaba recostado en el pesebre; se acerca el santo de Dios y lo despierta como de un sopor de sueño». Y prosigue: «No carece esta visión de sentido, puesto que el niño Jesús, sepultado en el olvido en muchos corazones, resucitó por su gracia, por medio de su siervo Francisco, y su imagen quedó grabada en los corazones enamorados» (12). Mediante el amor que él tenía al Hijo de Dios hecho hombre y a su Madre la Virgen, y que lo hizo patente precisamente ese día, encendió en muchos corazones el amor que se había enfriado por completo. Lo que hizo en Greccio y cuanto manifestó en muchos detalles de su pensamiento y comportamiento (cf. 2 Cel 199-200), no era más que la concretización de su principio general: «Tenemos que amar mucho el amor del que nos ha amado mucho» (2 Cel 196).
Si intentamos con todo cuidado explicar la siempre válida significación de este primer rasgo fundamental de la devoción mariana de Francisco, tendremos primero que subrayar que él no ve a María aisladamente, separadamente del misterio de su maternidad divina, que es la que justifica la importancia de María en el cristianismo. Para san Francisco la veneración de la Virgen quiere decir colocar en su lugar preciso el misterio divino-humano de Cristo. Hasta podría tal vez decirse, para salvar ortodoxamente este misterio, que «se ha hecho nuestro hermano el Señor de la majestad». Por otro lado, bien podemos añadir que, al subrayar con vigor la maternidad física de María respecto de Dios, se está sin más afirmando el Jesucristo histórico, que, no pudiendo según la Escritura ser disociado del Jesús resucitado y glorificado, está presente y actúa operante en la vida cristiana, en la oración, y en el seguimiento. Por eso, la devoción de Francisco a María carecía de toda abstracción y era todo menos conocimiento conceptual; ella brota siempre y fundamentalmente de algo que es palpable por concreto e histórico, y, por consiguiente, de la revelación de Dios que se manifiesta en hechos tangibles y concretos de la historia de la salvación. Será esto precisamente lo que posibilitará a la devoción mariana de Francisco su influencia viva en el futuro de la Iglesia.

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domingo, 6 de mayo de 2018

Cómo aprender a perdonar y quitarte el peso del rencor

Uno de los fenómenos más frecuentes en nuestra vida es el conflicto. Se inicia cuando alguien te hace algo que consideras injusto y, por tanto, te enfadas. En ocasiones, ese enfado se diluye con el tiempo, pero otras veces el malestar continúa transformándose en rencor.
Resolver los conflictos es francamente difícil y la realidad es que la infelicidad de muchas personas viene por la gran cantidad de conflictos mal gestionados que han acumulado. ¿Cómo se pueden solucionar esas situaciones? Solo hay una forma: aprender a perdonar.
Para aprender a perdonar tienes que saber cómo te afecta el rencor
Todos somos diferentes. Tu forma de pensar, sentir o actuar es distinta de la de otras personas, lo cual es una fuente de enriquecimiento personal entre unos y otro, pero también es un pozo de malentendidos que muchas veces derivan en conflictos.
Cuando el conflicto no se resuelve, puede surgir rencor.
Las personas más propensas a desarrollarlo son las que se toman ciertos comentarios o acciones como ofensas personales hacia ellos.
El rencor es la herida que supura y no se cura nunca. Tienes grabada a fuego esa ofensa y la recuerdas constantemente, lo cual te hace infeliz y afecta negativamente a tus relaciones. Incluso te lleva a protegerte para no sentir dolor de nuevo, pero eso tampoco es positivo en tu interacción con los demás.
¿Cómo puedes dejar a un lado el rencor?
La única forma es aprender a perdonar; pero cuidado con esto. Muchos dicen que perdonan, pero no olvidan; y no, esto no es perdonar.
El perdón ha de ser sincero, interno y completo. Es importante ponerse en los zapatos de la persona que te ha ofendido para saber cómo siente y ser capaz de mirar con ojos nuevos esas palabras y acciones que te afectaron. Entonces te darás cuenta de que quizá esa persona no actuó con maldad, sino más bien de forma ignorante o inconsciente.
El perdón libera el rencor acumulado.
Se trata de una decisión que tomas conscientemente, la cual nace de la comprensión.Cuando perdonas de verdad te das la oportunidad de liberarte y avanzar.
¿Por qué cuesta tanto perdonar?
Es curioso que el perdón sea tan difícil teniendo en cuenta sus beneficios. Pero es así: perdonar cuesta porque en muchas ocasiones el orgullo y el ego pueden con nosotros. En este caso, has de darte cuenta que si perdonas vas a salir ganando. Te vas a liberar de la carga emocional negativa que bloquea tus relaciones.
Aprende a perdonar, esfuérzate para lograrlo. Es uno de los mejores regalos que puedes hacerte a ti y hacer a los demás.

Melania Garbú.

**Con Flores a María**




Uno de los regalos finos que podemos hacer a personas, que nos son queridas, son las flores. Eso indica la delicadeza de sentimientos de quien hace el regalo, pues, en este mundo materializado muchísima gente valora sólo lo que da una producción inmediata.
El ofrecer una flor no es sólo el regalo material de algo bello, sino un símbolo de delicadeza, de ternura, de acogida, de amor, por eso hay costumbre en países y lugares dar la bienvenida con un ramo o una guirnalda de flores.
Se regalan flores a personas que en su vida no tienen valores crematísticos, sino grandes, nobles, espirituales; por eso una manera de expresar el amor a la Virgen se ha manifestado adornando sus imágenes con flores, así lo aconsejaba S. Felipe Neri, muerto en 1596, quien enseñaba en Roma a sus jóvenes que en el mes de mayo hiciesen obsequios a la Virgen entre los que indicaba: adornar con flores sus imágenes, cantar alabanzas en su honor, realizar actos de virtud y mortificación..
El amor de los cristianos se ha manifestado en la dedicación del mes de Mayo a la Virgen, es el mes de una importancia especial para los que ocupamos el hemisferio norte. Varios países de Europa homenajeaban a la estación que recomienza y a la naturaleza vestida de flores con unas fiestas florales, estas tenían su origen en tradiciones remotísimas paganas, que hacían en honor de la "'Flora Mater", diosa de la vegetación; consistían estas fiestas en cantos, danzas y cortejos de jóvenes, que llevaban ramos floridos. A veces se escogía una joven como "reina de la primavera", o "esposa de mayo" a la que poetas, artistas y músicos expresaban en homenajes corteses el amor a la mujer amada.
Estos factores corregidos y sublimados contribuyeron para que los cristianos dedicasen el mes de Mayo a la mujer mas querida entre todas, a la Virgen. Así intentaron superar abusos y cristianizar celebraciones paganas, uniendo de esta manera a la naturaleza y al amor en honor de Nuestra Madre, no diosa, pero sí Madre de Dios.
Todas las flores, las cultivadas y las silvestres, tienen una misma belleza, en el mes de Mayo se depositan ante el altar de la Virgen una gama de flores muy variada no sólo por sus colores, sino también por los tipos o clases a las que pertenecen.
De manera especial los cristianos acuden en el mes de Mayo a los pies de la Señora con flores materiales, con cantos de alabanza y con oraciones de súplica. En cada flor podemos poner el cariño filial, que por muy bella que sea no expresa exhaustivamente el amor que se le profesa.
Ella no se fija en la materialidad de la ofrenda, sino en el cariño que ponemos al ofrecérsela; recibe con el mismo afecto la ofrenda que en el s.XIV la corporación de joyeros de París solía llevar a Notre Dame el 1 de Mayo un "mayo" planta adornada con piedras preciosas, emblemas y lazos, como las flores silvestres recogidas por los campos y puestas a los pies de la imagen del aula escolar o de un altar en la parroquia.
No es tampoco la cantidad de flores las que entusiasman a María, sino el reflejo de amor y cariño de lo que ofrecemos, lo mismo que sucede en la vida ordinaria: "Más vale regalar una flor en vida, que una corona después de muerto".
Cada día puedo ofrecer una flor, si no material, sí espiritualmente, seguro de que en cada una de ellas puedo poner algo muy personal:
 
. Un ramos de lilas con su color morado reflejo de los dolores que los humanos compartimos en este valle de lágrimas.
 
. Un ramo de margaritas siempre abiertas y redondas, en ellas una súplica: Abierto como María a la voluntad de Dios.
 
. Un ramos de flores de romero, sencillas, azuladas y llenas de perfume. Esto le gusta a María, porque todo lo que es sencillo va con su manera de ser.
 
. Un ramo de azucenas, las flores de la blancura y la pureza, exhalan un fuerte olor, como el del cristiano, que tiene que ser el buen olor de Cristo.
 
. Un ramos de camelias es hermoso, pero no tiene olor, en ellas se refleja mi vida de apariencia.
 
. Un ramo de lirios de pétalos morados, me recuerdan tus dolores, los que te hemos costado tus hijos.
. Un ramo de rosas con espinas ¡claro!, pues, es la vida así, aunque haya ratos de sufrimientos ocultos ¡qué bello es vivir!.
 
. Un ramo de flores de campo, son muy variadas: rojas amapolas, otras que están al ras del suelo y son amarillas, algunos las llaman flor de mantequilla. Estas nadie las ha cultivado, pero tienen toda la belleza que Dios ha puesto en ellas.

Para ofrecer a María unas flores no hay que comprarlas en la floristería, las que más aprecia son las que cultivamos en nuestro corazón, por eso todos podemos ofrecérselas: "...Con flores a María, que Madre nuestra es".
 
Padre Tomás Rodríguez Carbajo
 

sábado, 5 de mayo de 2018

¿Que es lo mas importante que has hecho...?

En cierta ocasión, durante una charla que dí ante un grupo de profesionales, me hicieron esta pregunta:

- " ¿Qué es lo más importante que ha hecho en su vida?"

En mi calidad de ingeniero industrial, sabía que los asistentes deseaban escuchar anécdotas sobre mi trabajo, entonces les respondí:

- "Lo más importante que he hecho en la vida, tuvo lugar el 8 de octubre de 1990. Comencé el día jugando al golf con un amigo mío al que no había visto en mucho tiempo. Entre jugada y jugada me contó que su esposa y él acababan de tener un bebé.

Mientras jugábamos, llegó el padre de mi amigo, que consternado, le dijo que al bebé se lo habían llevado de urgencia al Hospital. En un instante, mi amigo se subió al auto de su padre y se marchó. Yo, por un momento, me quedé donde estaba, sin saber qué debía hacer. ¿Seguir a mi amigo al hospital?. Mi presencia allí, me dije, no iba a servir de nada, pues la criatura estará al cuidado de médicos y enfermeras, y nada de lo que yo hiciera o dijera iba a cambiar las cosas. ¿Brindarle mi apoyo moral? Eso, quizás, pero tanto él como su esposa provenían de familias numerosas, y sin duda estarían rodeados de parientes, que les ofrecerían el apoyo necesario. Lo único que haría yo, sería estorbar. Así que decidí ir más tarde al hospital a visitar a mi amigo. Al poner en marcha mi coche, me percaté que mi amigo había dejado su todoterreno con las llaves puestas, estacionado junto a las canchas. Decidí entonces cerrar su coche e ir al hospital a entregarle las llaves. Como supuse, la sala de espera estaba llena de familiares. No tardó en presentarse un médico, que se acercó a la pareja, comunicándoles en voz baja que su bebé había fallecido. Los padres se abrazaron y lloraron, mientras todos los demás los rodeamos en medio del silencio y el dolor. Al verme mi amigo, se refugió en mis brazos y me dijo:"Gracias por estar aquí". Durante el resto de la mañana, permanecí sentado en la sala de urgencias del hospital, viendo a mi amigo y a su esposa sostener en brazos a su bebe y despedirse de él. "Esto es lo más importante que he hecho en mi vida", y aquella experiencia me dejó tres enseñanzas:

Primera: lo más importante que he hecho en la vida, ocurrió cuando no había absolutamente nada que yo pudiera hacer. Nada de lo racional que aprendí en la universidad, ni en el ejercicio de mi profesión, me sirvió en tales circunstancias. A dos personas les sobrevino una desgracia y lo único que pude hacer fue acompañarlos y esperar. Pero estar allí, era lo principal.

Segunda: aprendí que al aprender a pensar, casi me olvido de sentir.

Tercera: aprendí que la vida puede cambiar en un instante.

                            
Así pues, hacemos planes y concebimos nuestro futuro como algo real, y olvidamos que perder el empleo, sufrir una enfermedad grave o un accidente y muchas de otras cosas más, pueden alterar ese futuro en un abrir y cerrar de ojos. Desde aquel día, busqué un equilibrio entre el trabajo y la vida; Aprendí que ningún empleo compensa perderse unas vacaciones, romper con la pareja o pasar un día festivo lejos de la familia. Y aprendí que lo más importante en la vida, no es ganar dinero, ni ascender en la escala social, ni recibir honores. Lo más importante en la vida, es el tiempo que dedicamos a cultivar una amistad.

Por eso doy infinitas gracias a Dios por:

a) Por mis hijos que NO limpian sus cuartos, pero están viendo la tele, porque significa que están en casa y no en las calles.


b) Por los descuentos en mi sueldo, porque significa que estoy trabajando.

c) Por el desorden que tengo que limpiar después de una fiesta, porque significa que estuvimos rodeados de seres queridos.

d) Por el ruído de las campanas de la iglesia, porque eso significa que está junto a mi casa y no he de realizar sacrificados desplazamientos como ocurre en zonas remotas del planeta y además, puedo libremente asistir sin que peligre mi vida, como en otros países.

e) Por la ropa que me queda un poco ajustada, porque significa que tengo más que suficiente para comer.

f) Por mi sombra que me ve trabajar, porque significa que puedo ver salir al sol.

g) Por el césped que tengo que cortar, ventanas que necesito limpiar, cañerías que arreglar, porque significa que tengo una casa.

h) Por las quejas que escucho acerca del gobierno, porque significa que tenemos libertad de expresión.

i) Porque no encuentro estacionamiento, porque significa que tengo un automóvil.

j) Por los gritos de los niños, porque significa que puedo oír.

k) Por la ropa que tengo que lavar y planchar, porque significa que me puedo vestir.

l) Por el cansancio al final del día, porque significa que fui capaz de trabajar duro.

m) Por el despertador que suena temprano todas las mañanas, porque significa que... ¡estoy vivo!.

n) Y finalmente, por la cantidad de whatsapps y correos electrónicos que recibo, por mis contactos en las redes sociales,  porque significa que tengo amigas y amigos que piensan en mí y porque significa que tengo dispositivos con conexión a Internet.
 
¡Cuántas cosas hay que agradecer al Señor que nos parecen obvias!

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