martes, 31 de marzo de 2020

La profecia de Fatima...

Vi a un obispo vestido de blanco.... subir una montaña empinada, en cuya cumbre había una gran Cruz de maderos toscos como si fueran de alcornoque con la corteza; el Santo Padre, antes de llegar a ella, atravesó una gran ciudad medio en ruinas y medio tembloroso,
con paso vacilante, apesadumbrado de dolor y pena, rezando por las almas de los cadáveres que encontraba por el camino; llegado a la cima del monte, postrado de rodillas a los pies de la gran Cruz". 


-Sor Lucía 13 de julio de 1917 en la Cueva de Iria-Fátima.

miércoles, 26 de febrero de 2020

Iniciamos nuestro caminar de 40 dias... Miercoles de ceniza


¿TE DIJERON LOS PROTESTANTES QUE LA CENIZA ES ANTI BÍBLICA?.
Que tal si la Santa Iglesia Católica les da una cátedra al respecto. 
 
Veamos...

Nuestro Señor habla de la ceniza como un fuerte símbolo.

Mateo 11:20-21
Entonces se puso a maldecir a las ciudades en las que se habían realizado la mayoría de sus milagros, porque no se habían convertido:
«¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que se han hecho en vosotras, tiempo hace que se habrían convertido, poniéndose sayal y ceniza.

Desde los profetas ya se mencionaba la ceniza de una manera muy marcada.

Daniel 9:3
Volví mi rostro hacia el Señor Dios para implorarle con oraciones y súplicas, en ayuno, sayal y ceniza.

Otra más.

Judit 4:11
Todos los hombres, mujeres y niños de Israel que habitaban en Jerusalén se postraron ante el Templo, cubrieron de ceniza sus cabezas y extendieron las manos ante el Señor.

El justo Job, hace penitencia con la ceniza.

Job 42:3,6
Era yo el que empañaba el Consejo con razones sin sentido. Sí, he hablado de grandezas que no entiendo, de maravillas que me superan y que ignoro.
[6]Por eso me retracto y me arrepiento en el polvo y la ceniza.

El sacerdote nos marca con una cruz la frente por esta razón.

Ezequiel 9:4
y Yahveh le dijo: «Pasa por la ciudad, por Jerusalén, y marca una cruz en la frente de los hombres que gimen y lloran por todas las abominaciones que se cometen en medio de ella.»

Y por último el ministro nos recuerda que somos polvo y ceniza.

Génesis 18:27
Replicó Abraham: «¡Mira que soy atrevido de interpelar a mi Señor, yo que soy polvo y ceniza!.

 

miércoles, 19 de febrero de 2020

5 consejos para mejorar nuestra oración y no confundirla con meditación


La difusión de la cultura oriental en Occidente introdujo algunas inquietudes (y errores) que afectan nuestra oración. Aquí 5 consejos para mejorarla.
Para optimizar la forma en que rezamos y recuperar aquello que de importante y santo tiene la cultura oriental, la Congregación para la Doctrina de la Fe escribió su Carta a los obispos de la Iglesia Católica sobre algunos aspectos de la meditación cristiana. De aquí hemos extraído 5 claves para mejorar nuestra relación con Dios.

1. La oración es una apertura hacia Dios, no una técnica de recogimiento personal

No hay que perder de vista que el destino de la oración es Dios y nunca nosotros mismos. Orar correctamente implica un diálogo personal, íntimo y profundo con nuestro Creador, no un viaje intimista y solitario por nuestro interior. A través de la oración entramos en comunión, gracias al Bautismo y la Eucaristía, con la vida íntima de las Personas de la Santísima Trinidad. Por eso es tan necesaria la vida sacramental para que la oración tenga frutos. De hecho, intentar implementar una técnica para acercarse a Dios es poner el énfasis en el control humano y no en el don de Dios. Recordemos que Jesús nos invita a vivir como en una infancia espiritual.

2. No es la “fusión” con la divinidad

Entre varios errores que se infiltran por el contacto con filosofías orientales, muchos creen que rezar significa sumergirse en forma impersonal en una divinidad abstracta. Todo lo contrario, como dijimos en el punto anterior, orando dialogamos personalmente con Cristo, una Persona, buscando unirnos a él, no “fusionarnos”.

3. En la oración no buscamos acceder a ningún conocimiento especial

El encuentro con Dios no busca una revelación particular, ni el acceso a una verdad individual por fuera de lo que Cristo a transmitido en el Evangelio. El fruto de orar y dialogar con Cristo es la caridad cristiana. No obstante, a través del rezo Dios puede conceder gracias eventuales que nos permitan comprender mejor alguno de los misterios confesados y celebrados por la Iglesia.

4. Tampoco busca sensaciones especiales

Nuestro encuentro personal con Dios no debe estar guiado por la intención de experimentar algún éxtasis o tener alguna sensación placentera. Muchas personas creen que la oración correcta debe generar estas experiencias, más aún, incluso se desaniman si no atraviesan tales estados. La Iglesia nos enseña que la oración puede incluso realizarse a través de experiencias de aflicción e incluso de desolación, y esto no significa que el Espíritu haya abandonado el alma sino, contrariamente, que se participa del estado de abandono de Jesús en la Cruz.

5. Lo corporal es importante pero no clave

Hay posturas que son más propicias que otras para facilitar el recogimiento y la disposición del espíritu necesarios para ponernos en presencia de Dios. No es lo mismo estar sentado o arrodillado que desparramado en una hamaca. Pero hay que evitar confundir que la posición del cuerpo sea una condición indispensable, lo que lo volvería una forma de técnica. Lo mismo puede aplicarse a la respiración, si bien hay formas de jaculatorias que se adaptan al ritmo natural en que respiramos, esto no debe ser elevado a la calidad de un ídolo.
Algunos ejercicios físicos pueden producir sensación de quietud, distensión y hasta bienestar, pero esto no debe ser confundido con consolaciones del Espíritu Santo.

martes, 18 de febrero de 2020

El Infierno en la tierra. -Santa Faustina Kowalska-



El Infierno en la tierra
Al final del primer año de noviciado, en mi alma empezó a oscurecer.  No sentía ningún consuelo en la oración, la meditación venía con gran esfuerzo, el miedo empezó a apoderarse de mí.  

Penetré más profundamente en mi interior y lo único que vi, fue una gran miseria.  Vi también claramente la gran santidad de Dios, no me atrevía a levantar los ojos hacia El, pero me postré como polvo a sus pies y mendigué su misericordia.  Pasaron casi seis meses y el estado de mi alma no cambió nada.  

Nuestra querida Madre Maestra [28] me daba ánimo [en] esos momentos difíciles.  Sin embargo este sufrimiento aumentaba cada vez más y más.  Se acercaba el segundo año del noviciado.  Cuando pensaba que debía hacer los votos, mi alma se estremecía.  No entendía lo que leía, no podía meditar.  

Me parecía que mi oración no agradaba a Dios.  Cuando me acercaba a los santos sacramentos me parecía que ofendía aun más a Dios.  Sin embargo el confesor [29] no me permitió omitir ni una sola Santa Comunión.  Dios actuaba en mi alma de modo singular.  No entendía absolutamente nada de lo que me decía el confesor.  

Las sencillas verdades de la fe se hacían incomprensibles, mi alma sufría sin poder encontrar satisfacción en alguna parte.(9)  Hubo un momento en que me vino una fuerte idea de que era rechazada por Dios.  

Esta terrible idea atravesó mi alma por completo.  En este sufrimiento mi alma empezó a agonizar.   Quería morir pero no podía.  Me vino la idea de ¿a qué pretender las virtudes?  ¿Para qué mortificarme si todo es desagradable a Dios?  Al decirlo a la Madre Maestra, recibí la siguiente respuesta: Debe saber, hermana, que Dios la destina para una gran santidad.  Es una señal que Dios la quiere tener en el cielo, muy cerca de sí mismo.  Hermana, confié mucho en el Señor Jesús.

Esta terrible idea de ser rechazados por Dios, es un tormento que en realidad sufren los condenados.  Recurría a las heridas de Jesús, repetía las palabras de confianza, sin embargo esas palabras se hacían un tormento aún más grande.   

Me presenté delante del Santísimo Sacramento y empecé a decir a Jesús:  
Jesús, Tu has dicho que antes una madre olvide a su niño recién nacido que Dios olvide a su criatura, 
y aunque ella olvide, Yo, Dios, no olvidaré a Mi criatura.  
Oyes, Jesús, ¿Cómo gime mi alma?  
Dígnate oír los gemidos dolorosos de Tu niña.  
En Ti confío, oh Dios, porque el cielo y la tierra pasarán, 
pero Tu Palabra perdura eternamente.  
No obstante, no encontré alivio ni por un instante.

(Santa Faustina Kowalska – Diario, #23) 


Comentario: 
Solo el que ha pasado por una experiencia semejante puede entender lo que es eso, y así se compadecerá de los pobres pecadores a quienes les espera ese terrible infierno en el más allá, y entonces hará todo lo posible para tratar de salvarlos. Porque pasada esta experiencia el alma se enciende en una gran caridad y amor a Dios y al prójimo, pues es como que volviera del más allá, del fondo del Infierno, y que Dios le diera una segunda oportunidad. Entonces el alma está tan agradecida que quiere hacer TODO por Dios y por las almas.

lunes, 17 de febrero de 2020

ORACIÓN Y BONDAD DE DIOS



Dice Jesús: 

“Bien, miremos juntos dos milagros del Evangelio. Pero, dado que Yo soy Dios y hablo con inteligencia divina, no te expondré los milagros como se exponen generalmente, sino que te haré notar el milagro en el milagro..."

Comenzamos por la multiplicación de los panes y de los peces.
Mis sacerdotes predican continuamente el poder de Dios que sacia a las multitudes multiplicando la poca comida. Hermoso y dulce milagro. Pero para un Dios que ha multiplicado los soles en el firmamento ¿qué significa la multiplicación de algunas migajas de pan? Yo, Cristo, el Verbo del Padre, os enseño otro milagro en el milagro. Un milagro que también vosotros podéis realizar cuando sepáis alcanzar el poder que se requiere.

¿Cómo obtengo Yo ese milagro? ¿Solo con tocar los panes y partirlos con mis manos de Dios? No. Dice el Evangelio: “...y dio gracias”. He aquí el milagro del milagro. Yo Hijo del Padre, Yo Omnipotente como el Padre, Yo Creador con el Padre, doy gracias. Ruego al Padre, me humillo con un acto de sumisión y de confianza. Yo no me creo dispensado del deber de pedir al Padre Eterno, el cual tiene el deber de socorrer a sus hijos, pero tiene también el derecho de ser reconocido como supremo Señor del Cielo y de la Tierra.

Yo: Dios como Él, me acuerdo de este derecho y cumplo este deber y os lo enseño. Y con el deber de respeto, el de confianza. El milagro de la multiplicación del pan se realiza después de que Yo haya dado gracias al Padre. ¿Y vosotros?

El otro milagro. La barca de Pedro, azotada por vientos contrarios, se inundaba de agua y se ladeaba. Y mis discípulos, con mucho miedo por su vida, se afanaban en enderezar el timón, en atar las velas, en tirar por la borda el agua, el lastre, preparados para arrojar las cestas de los peces y las redes, con tal de aligerar la barca y llegar a la orilla.

Las borrascas en el lago eran frecuentes e imprevistas, y no era para bromear. Muchas veces Yo les había ayudado. Pero aquel día Yo no estaba. No estaba materialmente, con ellos. Pero mi amor estaba con ellos porque Yo estoy siempre con quien me ama. Y los discípulos tenían miedo. Pero –he aquí el milagro– sin ser llamado, no presente, vine para poner paz en las aguas y paz en las almas.

Mi bondad es un milagro continuo, hija, un milagro sobre el que pensáis demasiado poco. Cuando se os presenta este punto evangélico, se os hace notar la potencia de la fe. Pero mi bondad, que se anticipa incluso a vuestras necesidades de discípulos y que sale a vuestro encuentro caminando sobre las aguas de la tempestad, ¿por qué no os la hacen ver?

Mi Bondad es mayor que el Universo, que la Necesidad y que el Dolor; es más vigilante que toda inteligencia humana. Mi Bondad tiene raíces en el amor paterno de Dios. ¿Por qué no venís a ella, no la creéis ciegamente, no tomáis de su infinitud?

Yo estoy con vosotros hasta el final de los siglos. Soy el Espíritu de Dios hecho carne. Conozco las necesidades de la carne, conozco las necesidades del espíritu y tengo la potencia de Dios para ayudar a vuestras necesidades, como tengo el amor que me induce a ayudarlas. Porque soy Uno con el Padre y con el Espíritu, con el Padre de quien procedo y con el Espíritu por quien tomé carne, del Padre tengo el Poder y del Espíritu la Caridad”.

(Dictado a María Valtorta)
25 de julio de 1943

domingo, 16 de febrero de 2020

Quince minutos con el Ángel Custodio

Santo Angel de mi Guarda mi mulce compañía.


“Ángel de mi guarda, dulce compañía, no me desampares ni de noche ni de día, hasta que descanse en los brazos de Jesús, José y María”. 

Esta es una oración que me enseñaron desde pequeño y que al hacerme grande he olvidado. Te pido perdón Ángel mío, y te prometo acordarme de ti más a menudo, porque sé que tu intervención en mi vida es tanto más poderosa y eficaz cuanto más te invoco y te rezo. 

Te pido que me defiendas del enemigo infernal y de los accidentes y males de todo tipo, porque estamos en un tiempo difícil en que el, Infierno se ha desencadenado con toda su furia, y solo los que se confíen a sus ángeles custodios, saldrán ilesos de esta contienda. 

Desde hoy quiero estrechar más los vínculos de amor entre mi alma y tú, ángel mío, para que en el momento de la muerte esté tranquilo y feliz, habiendo cumplido bien mi misión aquí en la tierra, con tu ayuda eficaz, y así entre dicho al Paraíso que me espera, y al que me habrás ayudado a ganarme con tus cuidados de todo género y tus dulces inspiraciones. 

Tú, ángel mío, eres mi gran amigo, y estás las veinticuatro horas del día a mi lado, ocupado y preocupado día y noche por mi salvación. Te doy gracias por ello, y te prometo estar más atento a tu voz y a tus directivas.


Gotitas de Sabiduria






sábado, 15 de febrero de 2020

LA MEDITACIÓN

  La oración mental o meditación es, más que conveniente, necesaria para el progreso de la vida espiritual. Ya decía San Alfonso María de Ligorio que "el pecado puede existir en nosotros junto a otros ejercicios de piedad, pero no pueden cohabitar la meditación y el pecado: o el alma deja la meditación o deja el pecado".

El amigo busca al amigo. Nuestra relación con Dios se establece por el ejercicio de las virtudes teologales: fe, esperanza y caridad. Son ellas las que deben establecer esa divina comunicación "con quien sabemos que nos ama" (Santa Teresa). Por ello la meditación no exige técnicas depuradas, aun cuando éstas nos puedan ayudar. "Si amáramos a Dios, la oración nos sería tan natural como la respiración" (San Juan María Vianney). Los antiguos monjes se unían a Dios por la repetición afectuosa de jaculatorias. Con todo, aquí tienes algunos consejos prácticos para comenzar.

Preparación

* Si toda tu vida es una búsqueda y deseo de Dios, siempre estarás interiormente dispuesto para tratar con Él. Así "orarás sin cesar" (1 Tes 5, 17), pues cuando cesen las palabras continuará el afecto.

* Tu capacidad de meditar guarda proporción con tu espíritu de mortificación, abnegación, vida interior, santidad. "Tanto mayor capacidad tendremos cuanto más fielmente lo creamos, más firmemente lo esperemos, más ardientemente lo deseemos" (San Agustín).

* La meditación requiere un lugar adecuado: si no puedes ir al templo, puedes hacerla en tu misma casa, buscando en ella el ambiente y el momento más tranquilo. Como Cristo, que para orar huía a la soledad del monte o de la noche. Pero recuerda que en cualquier lugar que estuvieses, tú mismo eres templo vivo de la Santísima Trinidad pues Cristo ha dicho: "Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos morada en él" (Jn. 14, 23).

* Es indispensable el silencio interior, que es la disposición del corazón para tratar y escuchar a Dios; pero también debes buscar el silencio exterior.

* En lo posible dedica a la meditación una media hora diaria en el momento del día que estés más tranquilo, que puedas hacerla en paz, sin apuro ni ansiedad.

* Toma la postura que más te ayude: ni tan incómoda que te distraiga, ni tan cómoda que te disipe. También te ayudará fijar la mirada en el sagrario o en una imagen, para evitar mejor las distracciones.

* Es muy conveniente ayudarse con un libro como instrumento, en especial los escritos de los santos. Pero poca dosis y mucha actividad interior. Si no puedes otra cosa, haz lectura meditada. Pero no conviertas ese momento en simple lectura o estudio.
Desarrollo

* La esencia, el alma de la oración o meditación es el trato de amistad con Dios, es decir, el mutuo conocerse y contemplarse y el mutuo amarse. Así precisamente la definió Santa Teresa: "Es tratar de amistad con aquél que nos ama". Y San Ignacio: "Como un amigo habla a otro, o un siervo a su señor; ya sea pidiendo alguna gracia, ya sea culpándose por un mal hecho, ya sea comunicando sus cosas y queriendo consejo en ellas". De allí que posea tres elementos fundamentales: "Qué hablamos, con quién hablamos, quiénes somos los que osamos hablar" (Santa Teresa).

* El lenguaje de la meditación es el lenguaje del corazón. Si se deben usar palabras es porque ellas disponen el alma. Pero "en la fe, esperanza y caridad oramos siempre con un mismo deseo" (San Agustín). "Para mí la oración es un impulso del corazón, una simple mirada dirigida al cielo, un grito de gratitud y de amor, tanto en medio de la tribulación como en medio de la alegría" (Santa Teresa del Niño Jesús).

* Debes situarte desde el principio, y deberás hacerlo a lo largo de todo el tiempo, ante la presencia del Dios Uno y Trino y de toda la Iglesia triunfante. Todos están pendientes de ti, te conocen, te ven y te aman.

* Ante Dios debes estar como el mendigo ante el rico, la creatura ante el Creador, el siervo ante el Señor, el amigo ante el Amigo, el hijo ante su Padre.

* Debes saber firmemente que nada podemos sin la ayuda de la gracia, que nos da la capacidad de creer y amar. Hay que disponerse, pedirla y contar con ella.

* Deja que Cristo medite en ti y contigo. Préstale tu mente y tu corazón para que todo suba al Padre por Él, con Él y en Él. Asimismo, el que medita "puede representarse delante de Cristo y acostumbrarse a enamorarse mucho de su sagrada humanidad y traerla siempre consigo y hablar con Él, pedirle para sus necesidades y quejársele de sus trabajos, alegrarse con Él en sus contentos y no olvidarle por ellos, sin procurar oraciones compuestas, sólo conforme a sus deseos y necesidad" (Santa Teresa). Es decir, tener un trato personal y sencillo con Él.

* Reconstruye la escena que vas a meditar. Si se trata de un pasaje evangélico, trasládate con la imaginación al sitio, procura ponerte en ambiente. Actualiza los hechos.

* Ante todo debes despertar la fe con la que nos dirigimos a Dios: "Mi fe te invoca" (San Agustín). Puedes recorrer las personas o los atributos divinos, los misterios de la vida de Cristo, las verdades de la fe que están en el Credo, los acontecimientos diarios de la vida analizados a la luz de la Providencia que hace "concurrir todo para bien de los que le aman" (Rom. 8, 28). Todo con espíritu de fe, contemplación, adoración.

* También la esperanza, ya que en su sentido más estricto la oración es "su intérprete" (San Agustín). Esperanza de la vida eterna y lo que nos conduce a ella, como dice el salmo: "una cosa pido al Señor y eso buscaré, habitar en la casa del Señor por la eternidad" (S. 26, 4). Ella es la que me pone camino del cielo. Por eso la oración más excelsa, el Padre nuestro, contiene siete peticiones.

* Sobre todo atizar la caridad en actos de amor a Dios, a sus ángeles y santos, a sus designios providenciales. Amando, buscando, gozando y descansando en la infinita bondad y amistad divina. Que meditar "no consiste en pensar mucho sino en amar mucho" (Santa Teresa).

* Conviene tomar algún punto en concreto, como una fiesta litúrgica, el evangelio del día o el temario corrido de un libro. Pero debes tener la libertad de elegir algún tema que te afecte directamente en ese momento como una aflicción que estás padeciendo, una decisión que tomar, un acontecimiento para interpretar a la luz de la fe y la Providencia. Así obró la Santísima Virgen María que ante los acontecimientos de la vida cotidiana de su Hijo, se dice que "guardaba cuidadosamente esas cosas y las meditaba en su corazón" (Lc. 2, 19, 51); o Cristo en el huerto, donde meditó sobre el misterio de la cruz que en ese momento su alma cargaba para la Redención del mundo (Mt. 26, 36-44).

* En el transcurso de la meditación debes ir concretando algún propósito que puedas cumplir.
* No temas volver a los mismos puntos que más te han agradado y de los que has sacado fruto, que "no el mucho saber harta y satisface el alma sino el gustar de las cosas internamente" (San Ignacio).

* Hay quienes sacan fruto meditando sobre el cielo, otros sobre la muerte, otros sobre la pasión de Cristo o algún otro misterio. Depende mucho de las personas o los momentos que se están viviendo.

* Hay múltiples modos de orar y meditar. Puede hacerse con una simple jaculatoria; la repetición lenta del Padre nuestro, el Ave María u otra oración; la lectura pausada de un texto; la participación devota de la Santa Misa, el Vía Crucis o el Rosario; el recorrido con la mente y el corazón de alguna de las verdades de la fe, un pasaje de la Sagrada Escritura, un hecho acaecido o una decisión por tomar; o detenerse con una "mirada amorosa" (San Juan de la Cruz) en alguno de estos misterios.

Dificultades

* Son frecuentísimas e inevitables las distracciones. Forman parte de nuestra miseria humana y sólo cuando veamos a Dios en la eternidad podremos superarlas. Pero no quitan los frutos de la oración, a no ser que sean voluntarias. Simplemente hay que volver sobre el tema cuantas veces ocurriera. Hay que despertar el alma, que se nos duerme para las cosas espirituales, como los apóstoles que acompañaron a Cristo en el huerto. Para vencerlas es conveniente ayudarse con las disposiciones indicadas anteriormente.

* También suelen haber períodos de arideces y sequedades en que aparentemente Dios no nos oye, no se siente ninguna devoción, parece que hemos retrocedido, con grandes dificultades para concentrarnos, sin deseos de adelantar ni entusiasmo por las cosas de Dios... No te aflijas. Sólo hay que revisar si hay pecados graves o leves reiterados detrás de esto. Si no, estás en un momento más propicio para tratar con Dios que cuando estabas lleno de consuelos y entusiasmo. Éstas son las ocasiones de crecer en la vida espiritual y que se dilate el corazón. Todos los esfuerzos que entonces hagas valen mucho más porque los haces por el Dios de los consuelos, mientras que en aquellos momentos de fervor lo hacías por ti, por los consuelos de Dios.