SAN
FRANCISCO DE ASIS, EL GRAN RECONCILIADOR
(Primavera-verano, 1225). Mientras Francisco yacía grave en
San Damián, sucedió que el obispo Guido II excomulgó al Podestá de Asís y éste,
mediante público pregón, prohibió comprar, vencer o hacer tratos con el
prelado, lo que contribuyó a aumentar el rencor mutuo. "¡Qué vergüenza
para nosotros -exclamó el santo al saberlo-, que nadie se preocupe por
restablecer la paz y la concordia entre ambos!" Entonces se le ocurrió
añadir una nueva estrofa al Cántico recién compuesto, convocó al pueblo, al
podestá y al obispo a ir el obispado, y encargó a dos hermanos que les cantaran
el Cántico, para que el Señor les ablandara los corazones.
Cuando el podestá oyó cantar: "Alabado seas, mi Señor,
por aquellos que perdonan por tu amor, y soportan enfermedad y tribulación...",
rompió a llorar y públicamente perdonó y pidió perdón al obispo, "a quien
debería reconocer como a mi señor", y se arrojó a sus pies, prometiendo
reparar el daño y las ofensas. El obispo, a su vez, reconoció su mal carácter y
su falta de humildad, mientras ambos se fundían en un abrazo. Aquella
reconciliación les pareció a todos un verdadero milagro.
Las causas de la discordia no eran puramente personales. El
Podestá, en rebeldía contra el Papa, había reanudado la alianza con los nobles
perusinos y ya empezaba a tomar medidas para un conflicto armado que se veía
venir. Por eso recayó sobre él la excomunión del obispo. La intervención de
Francisco, por tanto, evitó una nueva guerra contra la ciudad vecina.
Este es sólo un botón de muestra de la labor pacificadora
que Francisco y sus hermanos realizaron en aquella Italia revuelta y enfrentada
en dos facciones, la de los güelfos contra los gibelinos, y es por eso por lo
que todos lo consideran "el Santo de la Paz".
Colaboracion del P. Fr. Fernando Rodriguez OFM
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