María conservaba todo en su corazón
Hay un pasaje del Evangelio que nos señala que Ella sabía conservar en su corazón las palabras de Jesús, para “rumiarlas” después en su propia oración. El pasaje en cuestión es cuando, después de haber perdido al Niño Jesús en el templo,
sus padres o encuentran y a la pregunta del porqué ha hecho esto, Jesús
les da una respuesta que en aquel momento no comprendieron sus padres:
“¿Por qué os inquietabais? ¿No sabíais que yo debía ocuparme de las cosas de mi Padre?” (Lc 2, 51).
María y José habían ido al templo cuando Jesús tenía 12 años, edad a la
que normalmente comenzaba el joven a estar sujeto a la observancia de
la Ley. Por ello mismo debería conocerla bien. Ello explica la
conversación de Jesús con los doctores de la Ley. Lo que no entiende su
madre en ese momento no es tanto el hecho de que Jesús ha mostrado un
gran celo por conocer y profundizar la Ley, sino el hecho de que ha
permitido de algún modo la zozobra de sus padres. María reacciona aquí como cualquiera madre buena:
“¿Por qué has hecho esto con nosotros?”. ¿No es ésta muchas veces
también nuestra pregunta al Señor cuando en la vida nos suceden cosas
que no entendemos y que sin embargo el Señor permite en nuestra vida de
modo misterioso para nosotros? ¿No le decimos también nosotros a Él: por
qué has permitido esto? O incluso más fuerte todavía, como lo expresa
el mismo Evangelio de San Lucas: “¿Por qué has hecho esto con nosotros?”
(Lc 2, 50).
La angustia materna
La
respuesta de Jesús no la entiende María en ese momento. Sí, sabía que
su Hijo tenía que dar prioridad a lo que se refería al Padre. Ella había
comprendido, aunque en el clarooscuro de la fe, la misión redentora de su Hijo, pero ¿por qué ha permitido esa angustia mortal? Fueron tres días “de muerte” para María, de verdadero tormento.
Primero por haber perdido a Jesús, pero también porque ellos se
reprochaban que de algún modo había sido culpa suya el haberlo perdido;
se acusaban seguramente de falta de responsabilidad en la gestión de su
responsabilidad paterna y materna. Pero seguramente lo que más ardería
en el corazón de María era su dolor de haber perdido a su hijo, temer
que quizás ya no lo volvería a ver. Su corazón en este tiempo vivía una
verdadera zozobra interior, angustia materna. El verbo griego significa
una gran angustia, un intenso dolor, parecido al producido por el fuego.
Así estaba el alma de María ante estos acontecimientos donde Ella se veía privada del mayor gran don que poseía, su hijo.
María, al no comprender la respuesta de su hijo, que pareciera
indiferente al agudo dolor a que ha sido sometido su corazón por tres
días, lo que Ella hace es “conservar” sus palabras en su corazón; llevarlas dentro de Ella, tratar de penetrar su sentido profundo.
Sí, Jesús, debe ocuparse de las cosas del Padre o, como traducen
algunas versiones, Él debe estar en la casa del Padre. María conserva
esta respuesta en su corazón. No la deja escapar. La retiene, la medita, la rumia, le da vueltas.
Así es la oración
Así es un poco la oración: conservar, meditar, rumiar la palabra del Señor. Sea la palabra revelada en la Sagrada Escritura,
sea la palabra interior del Espíritu, sean los hechos hirientes de la
vida que dejan punzones de dolor en nuestro corazón angustiado. La
oración es no dejar que la palabra sembrada por Dios en el corazón se
escape por la superficialidad o la inconsistencia interior,
hacer que esa palabra penetre, dé fruto como el grano de trigo que muere
en la tierra para revivir al exterior. Oremos así, con María y como
María: conservemos en nuestro corazón las palabras de su Hijo,
llevémoslas con nosotros, hagámoslas vida de nuestra vida, tratando de
comprender en ellas el plano superior del Padre para cada uno de
nosotros.
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