sábado, 4 de agosto de 2018

Ser Misericordiosos...


Solamente la misericordia que Dios ha tenido con nosotros nos permite abrir los ojos  y contemplar con detenimiento las circunstancias particulares que lleva a algunas personas a actuar fuera de la ley: no se trata de otorgar una ventaja o permiso especial ni de excusar a alguien porque está sufriendo física o psicológicamente… sino de tener una mirada liberadora, que busca el Bien Común, el bien mayor para todos.

Ser misericordiosos como nuestro Padre es misericordioso con nosotros_ (Lc 6,36), es todo un reto, pues requiere de un constante ejercicio de discernimiento delante de Dios, pidiéndole a él la gracia de juzgar según su corazón.

Más que una cuestión de leyes es una cuestión de experiencia: las obras de misericordia no pueden imponerse por medio de leyes,  pues la sola justicia humana nunca ha inspirado un sacrificio de donación y de amor. En cambio, la experiencia de alguien que ha experimentado un amor superior que lo ha sostenido en los momentos críticos de su existencia, puede reproducir el ejercicio de kénosis o abajamiento que Dios continuamente hace con quienes se lo piden.

El corazón humano puede volverse misericordioso como el de nuestro Padre, cuando aprende a leer los gritos silenciosos del corazón del prójimo, no porque se considere superior a él, sino porque reconoce la misma miseria en la que él mismo podría estar o tal vez ya ha estado.

Así, cuando Jesús afirma que _"el Hijo del hombre también es dueño del sábado"_ otorga una autoridad moral a los cristianos, la cual podemos y debemos ejercer por encima de las prácticas institucionales que se han situado por encima del ser humano, oprimiéndolo en vez de promoverlo individualmente, o excluyéndolo en vez de integrarlo en la sociedad.

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